Espero
que te
ayuden estas palabras que te pongo a continuación para llevar a cabo con fruto
este rato de oración.
Empezamos
nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en
nuestros corazones el fuego de tu amor”.
Hoy es
sábado, es el día de la Virgen. Hoy, Sábado Santo, es especialmente un día para
acompañar a nuestra Madre, más que ningún otro sábado. Jesucristo ha muerto y
aunque sabemos que todo acabará en la alegría de la resurrección, debemos
unirnos a la virgen María y a su duelo de madre por su hijo. Madre déjame estar
cerca de ti, déjame consolarte, aunque luego seas tú la que me consueles a
mí.
Hoy para
tu oración quiero ofrecerte que medites la Lectura Patrística del Oficio de
Lecturas:
-----------------------------------------------------------------------------
¿Qué es
lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque
el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida, porque Dios se durmió en la carne y
ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha
puesto en conmoción al abismo.
Va a
buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere
absolutamente visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de
muerte. Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de su
prisión y de sus dolores a Adán y a Eva.
El Señor,
teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al
verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama
y dice a todos: «Mi Señor esté con todos». Y Cristo, respondiendo, dice a Adán:
«Y con tu espíritu». Y tomándolo por la mano le añade: Despierta tú que
duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
Yo soy tu
Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y
ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados:
«salid»; y a los que se encuentran en las tinieblas: «iluminaos»; y a los que
dormís: «levantaos».
A ti te
mando: despierta tú que duermes, pues no te creé para que
permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos,
pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate,
imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en
mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.
Por ti
yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu
condición servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra
y he bajado al abismo; por ti me he hecho hombre, semejante a un
inválido que tiene su cama entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado
del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido
crucificado.
Contempla
los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu primer aliento de
vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de
acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada; contempla los azotes en mis
espaldas, que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados, que habían
sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado
fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente
extendiste una mano al árbol prohibido.
Dormí en
la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y
de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi
sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te
amenazaba en el paraíso.
Levántate,
salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el
paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la
vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol,
yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente
te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te
sirva.
El trono
de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el
tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos
tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el
reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad.
-----------------------------------------------------------------------------
Como nos
describe la lectura, Jesucristo baja al Sheol, a los infiernos, a recoger las
almas de los justos que habían muerto y les rescata para llevarlos al seno del
Padre. Jesucristo murió por nuestros pecados para salvarnos, para que no
estuviésemos condenados en la muerte. Muchas veces en nuestra vida, nos ocurre
como a Adán y al resto de los justos. El Señor viene a nuestra vida a
salvarnos, y baja hasta lo más profundo de nuestra miseria, a nuestro infierno
en vida, para cogernos de la mano y por su misericordia, rescatarnos.