Todos los días de esta primera semana de
recitamos este texto antes de la lectura del Evangelio:
“Este es el día que actuó el Señor, sea
nuestra alegría y nuestro gozo”. Jesús ha
resucitado, Jesús ha penetrado en nuestra vida, a lo mejor todavía no soy muy
consciente de ello. Pero mi vida ha cambiado. No se debe a mi esfuerzo sino,
que ha actuado el Señor y a él se debe nuestra alegría y gozo.
Pero es fácil que dediquemos un rato a
la oración diaria, a la de este día y Cristo siga fuera de mí. El esfuerzo para
estar en la presencia Dios consiste en abandonarme, a dejarme invadir por este
gozo imparable de la Resurrección. No pasa nada porque no lo sientas
sensiblemente lo importante es estar en esta disposición, atento a ese deseo
del Señor que se quiere colar y transformarme todo el día. Si creo en Jesús
tengo que comunicarlo. Si no soy testigo de palabra y de obra, esta oración
está vacía, no me he encontrado todavía con la mirada de Jesús.
Nos puede suceder como a los discípulos
en la mañana de la resurrección; no creen en el anuncio de María Magdalena, ni
al testimonio de los discípulos de Emaús… “Por fin Jesús se apareció a
los Once, cuando estaban a la mesa y les echó en cara su incredulidad y dureza
de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado”
Nos ayudará a recibir a Cristo
resucitado, vivir unidos, aunque sea en la distancia por tantas personas que
tratan de unirse con nosotros y, entonces Se manifiesta y con mayor realismo si
participamos cada día en la Fracción del Pan, como los
discípulos de Emaús.
Entonces sí escucharemos su
mandato: “Id al mundo entero y proclamad en Evangelio a toda la
creación”.
Pedimos a María, la mujer fuerte que nos
alcance, ¡casi nada!: “El gozo de la
Pascua. Fe creciente, esperanza cierta, alegría desbordante, paz imperturbable
amor ardiente”
(P. Morales SJ)