Este martes, a
menos de catorce días de la Semana Santa, vamos a buscar de nuevo un momento
tranquilo para dedicárselo al Señor. Nos ponemos en su presencia, pedimos luz
al Espíritu Santo y nos sumergimos en las sugerentes lecturas que nos ofrece la
liturgia de hoy.
El tema que
domina es el del agua, símbolo de sanación y de fecundidad.
La lectura del
profeta Ezequiel describe la figura del torrente: cómo crece, cómo lleva el
agua a lugares desérticos y va llenando todo de vida a su paso.
Veo aquí una
figura de la gracia de Dios que, si le abrimos las puertas del corazón, entra impetuosa
y limpia, sana, fortalece. No es cuestión de esforzarnos en limpiarlo, sino de
abrirle a él la puerta. Él es el que limpia, el que sana, el que fortalece.
Como dice el salmo: “El Señor del Universo está con nosotros”, él es nuestro
alcázar.
Dejémosle.
Pongámonos a tiro. En esta Cuaresma, ¿de qué maneras lo estoy haciendo? ¿Cómo
me pongo a tiro del Señor?
Una forma es
dedicar tiempo a la oración de súplica. Una súplica al estilo del enfermo de la
piscina de Betesda: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina”. Una súplica
hecha con humildad, con ingenuidad, pidiendo lo que nos parece que necesitamos.
Y el Señor
tomará la iniciativa. Ya la ha tomado al fijarse en ese hombre echado, con
treinta y ocho años –se dice pronto- de enfermedad a sus espaldas, al que le
dice, como a mi: “¿Quieres quedar sano?”.
Yo le pido
entonces lo que buenamente me parece. Hagámoslo en este rato de oración. Y
Jesús siempre nos desborda, siempre nos supera con su respuesta, con su gracia,
que entra como un torrente de agua fresca en nuestra vida. Así pasó con ese
hombre: “al momento quedó sano, tomó su camilla y echó a andar”.
La respuesta
de Jesús llegará cuando no lo esperemos, y de una forma que siempre nos va a
sorprender. Hagamos lo que el enfermo de Betesda: seamos dóciles a sus
inspiraciones.
Preguntarnos
hoy: ¿De qué me tengo que levantar en esta Cuaresma? ¿Cuál es la camilla que
tengo que tomar? ¿Cuál es el camino que tengo que andar?
Nos puede
pasar también como a este hombre, que no sabía en un principio quién le había
curado. Que sepamos descubrir la acción de Dios en nuestras vidas.
Terminemos la
oración pidiéndole a la Virgen esta gracia: ser dóciles a la voz del Señor que
me habla de muchas maneras, y saber descubrirle en los acontecimientos,
prósperos o adversos, que jalonan mi día a día. Él está siempre ahí. Y me va
sanando de mis muchos años de enfermedades.