“Oh Dios al celebrar la Cena santísima en la que tu Unigénito, cuando
iba a entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el sacrificio nuevo y eterno
y el banquete de su amor, te pedimos alcanzar, de tan gran Misterio, la
plenitud de caridad y vida”.
Esta oración del día de hoy, todas sus lecturas, todos sus ritos,
oraciones… Es un día estremecedor. Día de contrastes: vida y muerte, amor y
tortura, banquete y muerte, fidelidad y traición.
Todo lo que diga me parece entorpecer al Espíritu Santo. Para no
obstaculizar mucho a la gracia, solo te plantearé tres ideas:
1.
La Eucaristía como Sacrificio: el
Sacrificio definitivo, Alianza nueva y eterna con la que Cristo une el Cielo y
la Tierra. Eucaristía como actualización del Sacrificio del Calvario. No como
un recuerdo, sino como “memorial” (traer al presente algo ocurrido en el
pasado). No es un recuerdo, una repetición, es una actualización de los hechos.
Dios vuelve a perdonarme en Cristo y este Crucificado.
2.
Eucaristía como banquete y servicio:
Banquete, signo de comunión, hermandad y fraternidad. La Eucaristía, el
alimento que une a todos los comensales. Una llamada al amor fraterno (Jueves
Santo es día del Amor Fraterno). El mismo Cristo “desea ardientemente cenar
esta Pascua con nosotros”. Todos
hermanos en el Cuerpo del Hijo.
3.
Eucaristía como entrega y cumplimiento de
la promesa de fidelidad: Cristo prometió estar con nosotros hasta el fin del
mundo. En la Eucaristía cumple con creces y contra todo sentido humano esta
promesa. Entrega absoluta y total. Sin remilgos. Se da a sí entero, por entero,
para la eternidad. Comida del Cielo, alimento para los que somos tierra y
suelo.
Además, no olvidemos rezar por los sacerdotes, día en que se instituyó
este ministerio, este Sacramento. El hombre que nos da la Eucaristía, que nos
da el perdón. Día de la institución del sacerdocio, del amor fraterno, de la
Eucaristía… ¡Qué día!
Feliz oración, feliz día de Cristo y para Cristo.