María, Madre y señora nuestra, nos
invita a despertar en nosotros el sentido de filiación. Sí, somos hijos de un
Padre-madre cariñosísimo, bondadoso y fiel. Ella nos dio ejemplo de diálogo con
Él, de escucha de su palabra y apertura a hacer su voluntad.
¿Hay alguien que no me olvida?,
¿Quisiera ser guiado de manera compasiva y con ideas y ejemplos que dan frescor
a mi espíritu? ¡Quien no desea esto! Y, que cuando me sienta desamparado,
me compadezcan y consuelen. Sólo hay una persona (mejor dicho, tres), que pueda
decir esto que tanto anhela el corazón; te amo como a hijo llevado en
las entrañas y al que he amamantado.
Interiorizar esta verdad, yo no
te olvidaré, es prevenir y curar, ¡tantas zozobras, malestares y
sufrimientos mal llevados! Para que nos convenzamos de ello, el salmo 144 nos
ofrece hasta doce atributos de Dios diciendo que es: clemente y misericordioso, lento
a la cólera y rico en piedad; bueno con
todos, es cariñoso con todas sus criaturas, fiel a
sus palabras, bondadoso en todas sus acciones, sostiene a
los que van a caer, endereza a los que ya se doblan, justo en
todos sus caminos y cerca está de los que lo invocan sinceramente.
Jesús se nos muestra como ejemplo
perfecto de persona con una vivencia fortísima de hijo, aquel que no
puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Hasta
el punto de tener su voluntad sintonizada con los mismos deseos de su
Padre, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Amor
grandísimo del Señor al Padre y a cada persona, a ti y a mí, porque así
también el Hijo da vida. Amor de Jesús, al Padre y a cada persona, que
será rubricado con el precio más alto posible, la propia vida.
Santa María, hija de escucha atenta al
Padre, madre del Hijo al que enseñas docilidad, esposa del Espíritu Santo del
que te dejas conducir para bien de cada uno de nosotros. Intercede para que en
estos días de Cuaresma sigamos con pasión las huellas de tu querido hijo.