¡Verdaderamente ha resucitado el Señor!
Con este gozoso anuncio de la Pascua,
que debe iluminar toda nuestra vida y todos los momentos de oración, nos
ponemos en la presencia de Dios. Pedimos el don de su Espíritu, para que siga
renovando nuestros corazones, llenándolos de alegría.
Confiadamente acudimos al encuentro de
Aquel que se acerca a cada uno, como a los discípulos en la orilla del lago.
Los discípulos están juntos. Forman
comunidad. Nuestra oración siempre tiene que estar enmarcada en esa conciencia
de pertenecer a l pueblo de la Nueva Alianza, a la familia de los redimidos,
los hijos en el Hijo.
Entonces y ahora somos una comunidad
abierta al mundo. Reconocemos el don que el Señor resucitado nos ha concedido.
¡Somos suyos! Una comunidad en misión, nosotros somos testigos. Puede ser que
haya momentos sin fruto, pero Él nos anima a echar las redes, a fiarnos de Él.
¿Lo hacemos?
Esta mención de la noche, en relación
con el trabajo de los discípulos, y en muchos momentos, con el nuestro, nos
recuerda que la noche significa la ausencia de Jesús, luz del mundo, que hace
infecundo todo trabajo.
En Pascua le reconocemos, más que nunca
-y nuestra fe es una fe pascual- como luz del mundo.
La obediencia a la palabra de Jesús, la
fidelidad a su mensaje, es la condición necesaria para que el trabajo
apostólico tenga fruto. Somos invitados a descubrir la presencia del Señor. En
muchos momentos deberemos decir: ¡Es el Señor! Solamente el que tiene
experiencia del amor de Jesús sabe leer las señales, sabe que la fecundidad de
la misión es señal de que Jesús está presente.
"Al saltar a tierra, ven unas
brasas con un pescado puesto encima y pan". Es la expresión de su amor a
ellos. Jesús sigue siendo el amigo que se pone al servicio de los suyos. La
eucaristía es el don de Jesús a sus amigos, a ti y a mí. El pan de vida es su
carne, dada para que el mundo viva. Ese es el alimento que ahora ofrece.
Después de haber dado su vida, puede dar su pan, que es él mismo. Es don
gratuito.
Recordémoslo al oír: "Bendito seas,
Señor, Dios del universo por este pan -fruto de la tierra y del trabajo del
hombre-, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para
nosotros pan de vida".
Esta fue la tercera vez que Jesús se
apareció a los discípulos. La definitiva, la que va a durar para siempre. Por
eso, esta manifestación es modelo para la vida de la comunidad. Esta tercera
vez es todo un programa para la vida de la comunidad en su misión en el mundo y
en la eucaristía.
María, madre del Pan de vida eterna,
llévanos a Jesús.