12 abril 2019. Viernes de la V semana de Cuaresma – Puntos de oración


Tradicionalmente, en muchos pueblos y ciudades se celebra hoy la Virgen de los Dolores, aunque litúrgicamente se haga el 15 de septiembre. Para la devoción popular la Semana Santa o semana de Pasión comienza este viernes, último de cuaresma, recordando la unión total y entrañable que tienen la Madre y su Hijo. Unión de vida y de fe; intimidad única entre una madre y su hijo. Unión de amor en todo, y por supuesto en el dolor. Por ello, os propongo para la oración de hoy meditar la Pasión del Señor. Evitemos caer en la rutina, en el “esto ya me lo sé”. Acompañemos a Jesús que muere por cada uno de nosotros desde el corazón maternal de la Virgen. Esto nos puede ayudar muy bien a entrar en el ambiente de recogimiento y oración propio de Semana Santa, tal como lo quiere la Iglesia.
María nos ha dado a luz sufriendo. En la Anunciación María concibió a Jesús y con Él a toda la humanidad; “un grano de trigo es Cristo en las entrañas virginales de María. Pero un grano que es montón, porque contiene en sí a todos los elegidos” (S. Ambrosio). Pero es junto a la Cruz donde la Virgen nos mete a todos en su corazón de mujer y madre: “¡Mujer, he ahí a tu hijo!  (Jn,19,26). En la Anunciación Dios pidió a María permiso para habitar en su seno y ahora en la cruz le pide que ensanche más si cabe su corazón y meta a toda la humanidad. Y Ella dijo nuevamente: hágase. Desde entonces, todos somos hijos suyos, hijos de María. El concilio Vaticano II terminó con la proclamación solemne de María como madre de la Iglesia y recientemente ha sido institucionalizada su fiesta el lunes después de Pentecostés. Este ha sido el sentir de la Iglesia, desde al menos san Agustín y de san León Magno. Para San Agustín María es madre de los miembros de Cristo porque ha cooperado con su caridad a la regeneración de los fieles en la Iglesia; y para San León Magno, decir que el nacimiento de la Cabeza es también el nacimiento del Cuerpo, significa que María es, al mismo tiempo, madre de Cristo, Hijo de Dios, y madre de los miembros de su cuerpo místico, es decir, la Iglesia.
Juan, el discípulo amado, que estaba junto a la cruz, acogió a la Virgen cuando Jesús se lo pidió: ¡He ahí tu madre! Y él "la tomó consigo entre sus cosas más queridas” (Jn,19,27). María, en ese momento, tras la muerte de su hijo se quedaba sola y desamparada. Juan fue el primero en recibirla y acogerla como madre. Ahora, en este ratito de oración repite despacio, muchas veces, junto a la Virgen: aquí estoy Señor, hágase en mí según tu palabra. Jesús al entregarnos a su madre, nos ha entregado lo más grande que posee un hombre, su propia madre. Lo más grande y lo más necesario, pues sin una madre nadie podría empezar a vivir. Los lazos afectivos entre la madre y su hijo; y entre el hijo y su madre son únicos y totalmente necesarios para el normal desarrollo de ambos, en todos los aspectos. Esto que se da en el orden natural, podemos pensar que también se da en el sobrenatural. Quizás en esto pensaba san Juan cuando escribió en su Evangelio: “viendo Jesús que ya todo estaba cumplido…”, es decir, entregada su madre a la humanidad se completaba la obra de la salvación. ¡Qué gozo más grande siente uno al saberse hijo de María! En este momento, deja correr el afecto y recibe a María como madre en tu vida, en tu corazón, entre tus cosas más queridas.
Para terminar, hoy nos puede ayudar recitar algunas de las estrofas de la secuencia Stabat Mater:
La Madre piadosa parada
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía.
Cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.
¡Oh, cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.

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