Tradicionalmente, en muchos pueblos y
ciudades se celebra hoy la Virgen de los Dolores, aunque litúrgicamente se haga
el 15 de septiembre. Para la devoción popular la Semana Santa o semana de
Pasión comienza este viernes, último de cuaresma, recordando la unión total y
entrañable que tienen la Madre y su Hijo. Unión de vida y de fe; intimidad
única entre una madre y su hijo. Unión de amor en todo, y por supuesto en el
dolor. Por ello, os propongo para la oración de hoy meditar la Pasión del
Señor. Evitemos caer en la rutina, en el “esto ya me lo sé”. Acompañemos a
Jesús que muere por cada uno de nosotros desde el corazón maternal de la
Virgen. Esto nos puede ayudar muy bien a entrar en el ambiente de recogimiento
y oración propio de Semana Santa, tal como lo quiere la Iglesia.
María nos ha dado a luz sufriendo. En la
Anunciación María concibió a Jesús y con Él a toda la humanidad; “un grano
de trigo es Cristo en las entrañas virginales de María. Pero un grano que es
montón, porque contiene en sí a todos los elegidos” (S. Ambrosio). Pero es
junto a la Cruz donde la Virgen nos mete a todos en su corazón de mujer y
madre: “¡Mujer, he ahí a tu hijo! (Jn,19,26). En la
Anunciación Dios pidió a María permiso para habitar en su seno y ahora en la
cruz le pide que ensanche más si cabe su corazón y meta a toda la humanidad. Y
Ella dijo nuevamente: hágase. Desde entonces, todos somos
hijos suyos, hijos de María. El concilio Vaticano II terminó con la
proclamación solemne de María como madre de la Iglesia y recientemente ha sido
institucionalizada su fiesta el lunes después de Pentecostés. Este ha sido el
sentir de la Iglesia, desde al menos san Agustín y de san León Magno. Para San
Agustín María es madre de los miembros de Cristo porque ha cooperado con su
caridad a la regeneración de los fieles en la Iglesia; y para San León Magno,
decir que el nacimiento de la Cabeza es también el nacimiento del Cuerpo,
significa que María es, al mismo tiempo, madre de Cristo, Hijo de Dios, y madre
de los miembros de su cuerpo místico, es decir, la Iglesia.
Juan, el discípulo amado, que estaba
junto a la cruz, acogió a la Virgen cuando Jesús se lo pidió: ¡He ahí
tu madre! Y él "la tomó consigo entre sus cosas más
queridas” (Jn,19,27). María, en ese momento, tras la muerte de su hijo se
quedaba sola y desamparada. Juan fue el primero en recibirla y acogerla como
madre. Ahora, en este ratito de oración repite despacio, muchas veces, junto a
la Virgen: aquí estoy Señor, hágase en mí según tu palabra. Jesús
al entregarnos a su madre, nos ha entregado lo más grande que posee un hombre,
su propia madre. Lo más grande y lo más necesario, pues sin una madre nadie
podría empezar a vivir. Los lazos afectivos entre la madre y su hijo; y entre
el hijo y su madre son únicos y totalmente necesarios para el normal desarrollo
de ambos, en todos los aspectos. Esto que se da en el orden natural, podemos
pensar que también se da en el sobrenatural. Quizás en esto pensaba san Juan cuando
escribió en su Evangelio: “viendo Jesús que ya todo estaba cumplido…”,
es decir, entregada su madre a la humanidad se completaba la obra de la
salvación. ¡Qué gozo más grande siente uno al saberse hijo de María! En este
momento, deja correr el afecto y recibe a María como madre en tu vida, en tu
corazón, entre tus cosas más queridas.
Para terminar, hoy nos puede ayudar
recitar algunas de las estrofas de la secuencia Stabat Mater:
La Madre piadosa parada
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía.
Cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía.
Cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.
¡Oh, cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.