6 abril 2019. Sábado de la IV semana de Cuaresma – Puntos de oración


Que todas mis acciones, intenciones y operaciones, sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su Divina Majestad.
Hoy la propuesta de los puntos de oración son un texto de Abelardo. Dios suscita en la Iglesia carismas para dar respuesta a necesidades de redención concretas de nuestro mundo. La Cruzada de Santa María tiene una misión, ha sido suscitada, no por un grupo de hombres, sino por el Espíritu Santo mismo, para decir una palabra, para hacer presente la Palabra en este mundo, de una forma concreta.
Como miembros del Movimiento de Santa María, cada uno de nosotros, desde nuestra vocación personal concreta, tenemos una misión que cumplir, hay una llamada a profundizar y encarnar aquello que después debemos transmitir.
Por tanto, la invitación es: zambúllete en el texto de Abelardo en este rato de oración, pide la gracia de vivirlo, para transmitirlo a otros muchos.
“AHÍ TIENES A TU MADRE” (Jn 19, 27)
Estamos en el momento supremo de la Redención. Jesús, colgado en la Cruz, se ha dirigido a su Madre y al discípulo a quien tanto quería.
«Ahí tienes a tu Madre». Y desde aquel mismo instante, Juan recibió a la Virgen por madre suya.
¡Cómo destaca el Evangelista que la recibió por suya! ¡Era tan grande lo que Jesús le entregaba! La donación de la Virgen María por Madre nuestra era la culminación, el remate final del amor de Dios por ti y por mí. Por esto, Juan nos dirá a continuación: «viendo Jesús que ya todo estaba cumplido…» Es decir, entregando a su Madre, Jesús ponía colofón a su obra salvífica.
Pero a mí me gustaría destacar que en Juan, en ti y en mí, la Virgen recibió al mismo Jesús que había engendrado en sus virginales entrañas.
La Madre de Dios es mi Madre y me ama con el mismo amor que amó a su Jesús. Ella no ve en mí cosa distinta de Jesús.
¿No es para volverse loco de amor y alegría? Lo que tanto podemos desear y vemos tan lejano: ser otro Jesús, otro Cristo, lo ve en mí la Virgen Madre. Soy otro Jesús a sus ojos, y como tal me recibe, me ama, me cuida.
Nada mueve tanto el corazón a amar como el sentirse amados. Si captamos esta maternidad de la Virgen sobre nosotros, la recibiremos como a tal Madre. Este término, recibir, lo emplea el Evangelista Juan en el prólogo de su Evangelio como condición esencial que nos concede la potestad de ser hijos de Dios (Jn 1, 12). Ahora, junto a la Cruz, remacha la necesidad de recibir a la Virgen por Madre en orden a esa misma filiación divina con la que Jesús corona la Redención.
Por tanto, no se trata sólo de saber que la Virgen es Madre nuestra, sino de recibirla como tal Madre, entregarse confiadamente a su acción maternal en nosotros. Quererla con locura y dejarse querer.
Que Ella misma nos conceda tan inmensa gracia.
Terminar la oración con un coloquio con ese Señor que hoy se acerca y quiere hacer todas las cosas nuevas, sin cambiarlas, sin forzarlas, sin violentarnos… El amor no trata de cambiar las cosas. El amor las transforma, dejándolas igual, las cambia desde dentro… Confiemos en que Dios puede hacerlo en nosotros… Contamos con la Madre Buena para conseguirlo.

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