Que todas mis acciones, intenciones y
operaciones, sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su Divina
Majestad.
Hoy la propuesta de los puntos de
oración son un texto de Abelardo. Dios suscita en la Iglesia carismas para dar
respuesta a necesidades de redención concretas de nuestro mundo. La Cruzada de
Santa María tiene una misión, ha sido suscitada, no por un grupo de hombres,
sino por el Espíritu Santo mismo, para decir una palabra, para hacer presente
la Palabra en este mundo, de una forma concreta.
Como miembros del Movimiento de Santa
María, cada uno de nosotros, desde nuestra vocación personal concreta, tenemos
una misión que cumplir, hay una llamada a profundizar y encarnar aquello que
después debemos transmitir.
Por tanto, la invitación es: zambúllete
en el texto de Abelardo en este rato de oración, pide la gracia de vivirlo,
para transmitirlo a otros muchos.
“AHÍ TIENES A TU MADRE” (Jn 19, 27)
Estamos en el momento supremo de la
Redención. Jesús, colgado en la Cruz, se ha dirigido a su Madre y al discípulo
a quien tanto quería.
«Ahí tienes a tu Madre». Y desde aquel
mismo instante, Juan recibió a la Virgen por madre suya.
¡Cómo destaca el Evangelista que la
recibió por suya! ¡Era tan grande lo que Jesús le entregaba! La donación de la
Virgen María por Madre nuestra era la culminación, el remate final del amor de
Dios por ti y por mí. Por esto, Juan nos dirá a continuación: «viendo Jesús que
ya todo estaba cumplido…» Es decir, entregando a su Madre, Jesús ponía colofón
a su obra salvífica.
Pero a mí me gustaría destacar que en
Juan, en ti y en mí, la Virgen recibió al mismo Jesús que había engendrado en
sus virginales entrañas.
La Madre de Dios es mi Madre y me ama
con el mismo amor que amó a su Jesús. Ella no ve en mí cosa distinta de Jesús.
¿No es para
volverse loco de amor y alegría? Lo que tanto podemos desear y vemos tan
lejano: ser otro Jesús, otro Cristo, lo ve en mí la Virgen Madre. Soy otro
Jesús a sus ojos, y como tal me recibe, me ama, me cuida.
Nada mueve
tanto el corazón a amar como el sentirse amados. Si captamos esta maternidad de
la Virgen sobre nosotros, la recibiremos como a tal Madre. Este término,
recibir, lo emplea el Evangelista Juan en el prólogo de su Evangelio como
condición esencial que nos concede la potestad de ser hijos de Dios (Jn 1, 12).
Ahora, junto a la Cruz, remacha la necesidad de recibir a la Virgen por Madre
en orden a esa misma filiación divina con la que Jesús corona la Redención.
Por tanto, no
se trata sólo de saber que la Virgen es Madre nuestra, sino de recibirla como
tal Madre, entregarse confiadamente a su acción maternal en nosotros. Quererla
con locura y dejarse querer.
Que Ella misma nos conceda tan inmensa
gracia.
Terminar la oración con un coloquio con
ese Señor que hoy se acerca y quiere hacer todas las cosas nuevas, sin
cambiarlas, sin forzarlas, sin violentarnos… El amor no trata de cambiar las
cosas. El amor las transforma, dejándolas igual, las cambia desde dentro…
Confiemos en que Dios puede hacerlo en nosotros… Contamos con la Madre Buena
para conseguirlo.