Mirar con los ojos de Dios… a veces es un reto para cada uno de nosotros. Es más fácil juzgar antes al otro, por pequeñas cosas que, a nosotros mismos, con nuestro pecado. No juzgar a los demás es no caer en la tentación, tan frecuente, de querer dominar.
Cuando lo
hacemos, proyectamos sobre otros la culpa, para defendernos de nuestros propios
errores. Nos hacemos las víctimas. La causa y la culpa de los males que nos
aquejan, están siempre “fuera”, en los otros.
El reto
es mirar con ojos limpios; es decir, con los ojos de Dios, que no juzgan,
no condenan y miran siempre con benevolencia. Que nadie imponga, que nadie
quiera hacerse más que el otro.
Y es cuando aparece san Pablo, “me hago todo para todos”, “para ganar sea como sea a algunos”.
Hacerme nada para que otros lleguen. No ser el mejor para quedar por encima de
todos.
Esta es
nuestra tarea, ser fermento de unidad.
Señor, ayúdame hoy, para darme cuenta de lo que me une a este hermano que se encuentra a mi lado, en la calle, en el metro, en clase, en el trabajo…, donde estoy ahora. Que no busque tener razón o ser mejor, sino que, mirándole con tus ojos, no vea lo que nos diferencia, sino lo que nos une en el camino hacia Ti.