“La semilla es la Palabra de Dios… Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia”. (Lc 8,4)
¡Qué gratificante es escuchar de labios del Señor lo que anida en su
corazón! Que no se cansa nunca de estar sembrando siempre, en todas las
personas, en todos los lugares, en todos los momentos, con motivo y sin
aparente motivo… Si el Amor ama, el Sembrador siembra. ¡Gracias, por lanzar tu
semilla a mi tierra! Cuántas veces ha sido piedra o espina, cuántas veces no la
he regado y abonado como debía…porque andaba distraído, en otra, con cantos de
sirena, enredado en tantas redes. Hoy me das una nueva oportunidad y me invitas
a disponer mi corazón como tierra fértil, a removerla, regarla, abonarla, en tu
PALABRA divina que me habla en el fecundo silencio y no en las palabras
bullangueras del ruido estéril.
Gracias Señor-sembrador, Palabra hecha carne en la Tierra de María, Fruto
bendito e incorruptible, resucitado y resucitador.
Ya es tiempo de sementera,
y en los surcos de la arada
se escucha ya la tonada,
que ayer se escuchó en la era.
Y ya va el gañán a arar
las tierras de sementera,
con la mano en la mancera
y en los labios un cantar.
…
Tierra pródiga y jugosa
de mi fértil heredad,
en esta mañana hermosa,
me has dado una generosa
lección de fecundidad.
Compartir quiero mis días
con otras almas hermanas
y partir mis alegrías
que, en lo que tienen de humanas
son tan suyas como mías.
Abrir a todos mis brazos
y consolar sus pesares,
y entre rimas y cantares
darles mi vida a pedazos.
Y al fin rendido quisiera
poder decir cuando muera:
Señor, yo no traigo nada
de cuanto tu amor me diera
¡todo lo dejé en la arada
en tiempos de sementera! (J.M. Pemán)