En el evangelio del día se nos pone la imagen del árbol dañado que no da frutos. Me trae a la memoria la llegada a casa después del verano. ¡Madre mía, cómo estaban las plantas! ¡Qué imagen más triste, desoladora! Lacias, sin brillo y sin color sus hojas; doblados e inclinados sus tallos hacia el suelo; las flores marchitas. Algunas de ellas secas y muertas. No habían recibido la luz necesaria, no habían sido regadas suficientemente. Algunas agostadas por falta de ventilación y el calor veraniego. Todo cambia cuando uno las cuida a diario.
Con la vida espiritual nos puede pasar
lo mismo, si uno la abandona o la deja. La oración es la ventana que abrimos a
diario para que nos llegue la luz del verdadero Sol que necesita nuestra alma para
brillar y reverdecer a diario. Es el viento que nos trae el oxígeno necesario
para que nuestra vida espiritual no se asfixie, para que nuestros músculos
puedan ejercitar una vida virtuosa. Es la fuente de agua viva que nos da la
turgencia necesaria para elevarnos de las realidades más rastreras y apuntar
hacia las alegrías del cielo. Nos hidrata la piel, con una cosmética
espiritual, atractiva para aquellos que nos rodean y quieren salir de una vida
angustiosa y sin sentido.
Abramos pues las puertas y ventanas a
Jesús que viene a nuestras vidas. No tengamos miedo. No las abramos a medias,
porque si no nuestra vida será mediocre, poco atractiva, no dará los frutos que
el Señor quiere que demos. Cavemos surcos hondos en estos primeros días de
curso, que permitan enraizar bien nuestras almas para que no se tambaleen a la
primera de cambio. Alimentémosla con los nutrientes vitamínicos de los
sacramentos. Qué vida tan distinta, que frutos daremos si el Señor es el que
vive en nosotros. Como dice el evangelio seremos roca firme en quien se apoyen
los otros si nos acercamos a Él. Si participamos de la eucaristía se unirán
todos nuestros lazos, el Cuerpo Místico se fortalecerá y con él todas nuestras
relaciones. Seremos todos uno en Él.
Acabemos dando gracias con el salmo: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Porque Él lo hace todo, sólo nos queda abrirnos a Él.