26 septiembre 2020, sábado de la XXV semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Ven, Espíritu Santo… ilumina nuestras inteligencias, fortalece nuestras voluntades, enciende nuestros corazones en el fuego de tu Amor. Nada puede el hombre sin tu ayuda.

Santa María, concédenos tus ojos para mirarle, tus oídos para escucharle, tu Corazón para amarle.

La fe de los cristianos es politeísta. Los cristianos tenemos muchos dioses. ¿En qué dios crees tú? ¿Cómo es el dios que te has fabricado?

El mío se aleja de mí cuando peco; desconfío de Él y de su fidelidad cuando me veo cayendo una y otra vez en lo mismo; pienso que quiere más a los que viven en su casa sin alejarse; que de entre sus hijos son más importantes los que más cualidades tienen para trabajar en su servicio; que quien le sigue tendrá una vida bella y será feliz sin problemas, que nunca sufrirá una injusticia pues Él es el mayor de los genios de la lámpara jamás descubierto, siempre dispuesto a cumplir nuestros deseos…

Y tú, ¿en qué dios crees?

El cristiano cree lo que cree, y vive como vive, porque ha conocido a Quien ha conocido.

A veces tratamos de avanzar en la fe, haciendo nuevas actividades (ir a Misa diaria, rezar dos rosarios en vez de uno, ayudar a un desconocido, trabajando mejor que de costumbre, no quejándonos de una situación caótica…).

¡Nos es tan fácil caer en la tentación de identificar lo que somos con lo que hacemos…!

Y entonces no acertamos a vivir la vida, nos centramos en el hacer, y quemamos inútilmente la vida, vida que fue llamada a ser puesta en juego por medio del amar, no del hacer. Por eso, qué sabia la petición del salmo:

Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos.

Señor, sálvame del engaño de la eficacia y del éxito, de la autorreferencialidad, del egoísmo, y de hacerme una imagen tuya a mi medida…

El Evangelio pone el dedo sobre la llaga, visualiza el escándalo de la Cruz en nuestra vida: Al Hijo del Hombre lo van a entregar. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.

Si nuestro cristianismo no consiste en una progresiva identificación con Cristo, nos haremos una fe a nuestra medida, y la Cruz, que siempre desmonta los paraísos humanos hechos a la medida humana, será interpretada como una traición de ese Dios que parecía prometer estar junto al débil, y ahora no le ahorra el sufrimiento. En realidad, la Cruz es la oportunidad de oro (junto con el amor) para descubrir el verdadero rostro de Dios.

¿Cuál es la cruz más reciente que me ha separado de Dios? Demos gracias en esta oración por ella, porque en ella se está descubriendo el engaño de una fe hecha a nuestra propia medida. Igual que los apóstoles, tenemos miedo a preguntar a Jesús sobre “ese asunto”. Y sin embargo, sólo Él puede ayudarnos a acertar a vivirlo, a encontrarle su sentido más profundo, a salir vivos incluso de la muerte. 

La fe de los cristianos no es politeísta. Los cristianos creemos en un Dios que se ha revelado a sí mismo, que no hay que inventar, sino aceptar tal y como se nos entrega en esa Revelación. Y es en medio de “esos asuntos” de los que nos cuesta hablar donde lo hace, si le dejamos.

Ya lo decía Benedicto XVI, al concluir los ejercicios espirituales para la curia romana, el 23 de febrero de 2013, antes del final de su pontificado:

Creer no es otra cosa que,
en la noche del mundo,
tocar la mano de Dios,

y así, en el silencio,
escuchar la Palabra, ver el Amor.

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