18 septiembre 2020, viernes de la XXIV semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

“A Dios que concede el hablar y el escuchar le pido hablar de tal manera que el que escucha llegue a ser mejor y escuchar de tal manera que no caiga en la tristeza el que habla”

Las lecturas de hoy son realmente jugosas. Cualquiera podría escribir hoy. ¿No es jugoso para el alma contemplar la resurrección? ¿No es gozoso pensar que este cuerpo está marcado para la gloria del Cielo?

Dejadme, pues, detenerme en dos aspectos que puedan resultar más “originales”.

-   Jesús anuncia el reino de los Cielos. ¿Qué es ese Reino? ¿Es un lugar, es un estado, es el Cielo, es un estado idílico o utópico en la tierra? Esta es una expresión con la que Jesús se designa a sí mismo. Efectivamente, el reino de Dios, de los Cielos, es Cristo mismo. Por eso el Reino está cerca, porque Cristo está cerca. Por eso somos reyes por el bautismo, porque estamos llamados a gozar del Reino, a gozar con Cristo y en Cristo. El anuncio del Reino es en última instancia la enseñanza propia de Cristo que suscita la pregunta por su identidad, pero precisamente porque el Reino se identifica con Cristo mismo. No podemos disociar, en este caso, el mensaje del mensajero. Cristo no habla al estilo de los profetas, sino que los supera. Habla con una autoridad nueva que cuestionaba a quienes le escuchaban.  El Reino de Dios, como lo presentaba Jesús, que “estaba cerca de ellos”, era precisamente Él mismo, el Dios-con-nosotros (Emmanuel).

-   El culmen de la revelación, de la Redención, de la vida de Cristo, es la Resurrección. Es necesario una aclaración para entender la hondura de la resurrección. Muchas veces pensamos que lo que vale es el alma y que el cuerpo es meramente temporal, terreno, llevado al extremo, que somos un alma encerrada en un cuerpo… ¡gran error! La persona es alma y cuerpo, todo junto. Por tanto, la salvación del hombre es salvar alma y cuerpo. El alma inmortal, el cuerpo llamado a transformarse en la resurrección en un Cuerpo Glorioso. La resurrección es ese Cristo redimiendo toda nuestra humanidad, alma y cuerpo, y presentando al mundo que la gloria de la Resurrección es para todo el que se una a Él.

¿Qué hacer en este rato de oración? Gozar mirando a Cristo, que nos invita a la gloria uniéndonos a Él. “Que siguiéndole en la pena le siga en la gloria…”. Contemplar el Cielo con los ojos del alma, contemplar a Cristo por los caminos y un séquito siguiéndole. Leer el salmo y saborear cada expresión: “guárdame como a la niña de tus ojos” y añádele: “hasta que llegue a la gloria contigo y no vea como imagen, sino tal cuál eres…” Sueña en esta oración con llegar al seno de la Trinidad: el Amor mismísimo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios uno y trinidad de personas.

Feliz oración.

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