La Palabra de Dios en este domingo nos habla sobre todo del amor al prójimo y nos presenta la corrección fraterna como un deber derivado de este amor. Podemos recordar para enmarcar esta cuestión, el principio y fundamento de los ejercicios espirituales que muchos hemos meditado en estos días previos al comienzo de curso en las diferentes tandas que hemos tenido. Hemos sido creados para la gloria y la alabanza de Dios y, así, “salvar nuestra alma”, tener vida divina mientras peregrinamos hacia la vida eterna del cielo. Pero este fin de nuestra vida no lo alcanzamos solos, sino que vamos en compañía de quienes Dios ha puesto a nuestro lado compartiendo el mismo camino que nosotros. He de ayudar a quienes me rodean a llegar a la meta y he de dejarme ayudar por ellos para alcanzar la santidad. Por eso, si mi camino se desvía, ¿no me gustaría que un hermano me avisase de que voy en otra dirección y me indicase el camino correcto? “Señor, mira si mi camino se desvía, guíame por el camino eterno” (Sal 139,24). Pues, si he amar al prójimo como a mí mismo, esto significa que he de ayudar a quien veo que flaquea o se va alejando de Jesús y tiene el riesgo de perderse.
“Si te hace caso, has salvado a tu
hermano”. En la Escritura hay una hermosa promesa para quien ayuda a otro a
salvarse: “Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro
lo convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío se
salvará de la muerte y sepultará un sinfín de pecados” (Santiago 5,19-20).
Volvamos al punto de partida: iniciando un nuevo curso, nos sentimos
peregrinos, unidos en la misma dirección a otros caminantes y necesitados unos
de otros para llegar a la meta. Nos ayudamos con el ejemplo, nos ayudamos con
la oración –“si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir
algo, se lo dará mi Padre–, nos ayudamos cuando nos reunimos en su Nombre, nos
ayudamos con el amor fraterno –“a nadie le debáis nada, más que el amor
mutuo”–.
En la oración de este domingo puedo
revisar con la luz del Espíritu Santo, a quien he de invocar siempre que rezo,
primero si me dejo ayudar en el camino de la santidad por mis hermanos. Entre
estas ayudas está la del guía y la del director espiritual que cada uno en su
ámbito me ayudan a no salirme del camino y a avanzar con ligereza hacia Dios.
Un buen propósito de este curso sería ser fiel y transparente en dejarme
acompañar y ayudar.
Después, una segunda pregunta: ¿a quién puedo ayudar yo a no desviarse, a volver a empezar, a conocer a Dios? Aquí le hablo a Dios de mis compañeros de estudio, de Milicia o de comunidad, de mis deseos de acercarles a Dios, de ayudarnos a ser santos. Pido la gracia de amar al prójimo como a mí mismo, “porque el que ama ha cumplido el resto de la ley” y “la plenitud de la ley es el amor”.