27 septiembre 2020, domingo XXVI del Tiempo Ordinario (Ciclo A) – Puntos de oración

Busquemos hoy un momento tranquilo, pidamos luz al Espíritu Santo, y sumerjámonos en las lecturas de la Palabra de Dios que este domingo la Iglesia madre nos ofrece.

El Evangelio de hoy nos invita a preguntarnos de nuevo cuál es nuestra idea de Dios, quién es el Dios a quien seguimos, el Dios que se descubre detrás de nuestras opciones, detrás de nuestras acciones, detrás de nuestros pensamientos. ¿Coincide con el que nos presenta Jesús? ¿Hemos aprendido el camino de la justicia, el que tanto Juan como Cristo predicaron?

La parábola de Jesús nos presenta a un «hijo» que desobedece rotundamente a su padre, no le reconoce su autoridad, se siente con el derecho de no hacerle caso. El otro, en cambio, parece todo un modelo: «Sí, padre, lo que tú digas, padre, enseguida...». Pero «¿quién de los dos hizo lo que quería el padre?».

Aquí es donde se juega lo importante. El desobediente termina por ir a la viña, porque cae en la cuenta del amor de su padre, y se convence: la viña es de su padre, como también lo es suya. Hay que cuidarla, trabajarla, porque si no será también su propia ruina. Puede que haya sido insolente y maleducado, pero le preocupa la viña y se ocupa de ella. 

El otro, en cambio, cuida mucho las apariencias, se muestra disponible, contesta como debe ser, pero se engaña sobre todo a sí mismo. Las palabras, las proclamaciones de obediencia, el sentimiento de familia, se quedan en nada. No ha descubierto que la viña también es suya, no ha descubierto el amor del Padre.

Es más probable que nos reconozcamos en el segundo hijo. A menudo se nos va la fuerza por la boca. Nos cargamos de buenas intenciones, y nos declaramos dispuestos a colaborar en muchas cosas, pero luego los hechos desmienten nuestras palabras. No se trata de que seamos perfectos, porque somos criaturas frágiles, y nos equivocamos, nos despreocupamos, nos vencen los miedos. Se trata de que nos demos cuenta del amor del Padre, ese amor que nos va a llevar a cuidar su viña, a los que están junto a nosotros en el camino de la vida. Se trata de lo que San Pablo nos pedía hoy:

“No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.”

Ahí está la clave, contemplar el rostro de Cristo, empaparnos de su vida, de su amor, de su entrega, de su humildad.

Porque “Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Amen.

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