Busquemos hoy un momento tranquilo, pidamos luz al Espíritu Santo, y sumerjámonos en las lecturas de la Palabra de Dios que este domingo la Iglesia madre nos ofrece.
El Evangelio de hoy nos invita a
preguntarnos de nuevo cuál es nuestra idea de Dios, quién es el Dios a
quien seguimos, el Dios que se descubre detrás de nuestras opciones, detrás
de nuestras acciones, detrás de nuestros pensamientos. ¿Coincide con el que nos
presenta Jesús? ¿Hemos aprendido el camino de la justicia, el que tanto Juan
como Cristo predicaron?
La parábola de Jesús nos presenta a un «hijo»
que desobedece rotundamente a su padre, no le reconoce su autoridad, se siente
con el derecho de no hacerle caso. El otro, en cambio, parece todo un modelo: «Sí,
padre, lo que tú digas, padre, enseguida...». Pero «¿quién de
los dos hizo lo que quería el padre?».
Aquí es donde se juega lo importante. El
desobediente termina por ir a la viña, porque cae en la cuenta del amor de su
padre, y se convence: la viña es de su padre, como también lo es suya. Hay que
cuidarla, trabajarla, porque si no será también su propia ruina. Puede que haya
sido insolente y maleducado, pero le preocupa la viña y se ocupa de ella.
El otro, en cambio, cuida mucho las
apariencias, se muestra disponible, contesta como debe ser, pero se engaña
sobre todo a sí mismo. Las palabras, las proclamaciones de obediencia, el
sentimiento de familia, se quedan en nada. No ha descubierto que la
viña también es suya, no ha descubierto el amor del Padre.
Es más probable que nos reconozcamos en
el segundo hijo. A menudo se nos va la fuerza por la boca. Nos cargamos de
buenas intenciones, y nos declaramos dispuestos a colaborar en muchas cosas,
pero luego los hechos desmienten nuestras palabras. No se trata de que seamos
perfectos, porque somos criaturas frágiles, y nos equivocamos, nos
despreocupamos, nos vencen los miedos. Se trata de que nos demos cuenta del
amor del Padre, ese amor que nos va a llevar a cuidar su viña, a los que están
junto a nosotros en el camino de la vida. Se trata de lo que San Pablo nos
pedía hoy:
“No obréis por rivalidad ni por
ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los
demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de
los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.”
Ahí está la clave, contemplar el rostro
de Cristo, empaparnos de su vida, de su amor, de su entrega, de su humildad.
Porque “Él, a pesar de su condición
divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su
rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así,
actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la
muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió
el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se
doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Amen.