“Sígueme”. Se levantó y lo siguió. ¡Precioso y expresivo resumen del encuentro vivido por el recaudador y luego evangelista San Mateo!
En nuestra oración podemos descubrirnos
un poco “mateos”, apegados a lo inmediato, a lo aparentemente importante, a las
cosas de la tierra….
Se trata de un hombre que el pueblo
detesta: es recaudador de impuestos. Jesús no duda elegir a un hombre, que no
inspira demasiada confianza. ¡No nos dejemos llevar por las apariencias!
Para “seguir” a Jesús, siempre hay que
correr algún riesgo. Si miro atentamente mi vida, podré descubrir en ella lo
que más me retiene para seguir mejor a Cristo. Toda mi vida es, cada uno en su
propio camino, un seguimiento del Señor.
¿Cómo le sigo? ¿con ilusión renovada?
¿con ánimo cansino? ¿a trancas y barrancas? Él siempre renueva su invitación y
me muestra su confianza a pesar de mis infidelidades… ¡Qué escándalo!
Jesús lo oyó las “palabras
escandalizadas” de los comensales y dijo: “No necesitan médico los sanos, sino
enfermos”. Se nos revela lo más interior de la persona y del corazón de
Jesús...
Todos somos pecadores. Ahora bien,
¡Jesús dice que para eso ha venido! No sólo no le repele el pecado, sino que se
siente atraído por nuestras miserias.
Repetían el P. Morales y Abe: ¡No me
importan las miserias, lo que quiero es amor; no me importan las flaquezas, lo
que quiero es confianza!
Todo el evangelio nos urge a que sepamos
sobrepasar la noción de Justicia y a descubrir la Misericordia infinita de Dios
por los pecadores.
“Misericordia quiero, no sacrificios”.
No he venido a llamar a los “Justos” sino a los “Pecadores”.
Hoy también la Eucaristía se ofrece
siempre “en remisión de los pecados”; esta es mi sangre que será derramada para
el perdón de los pecados.
Señor, sálvanos. Que tu Cuerpo nos sane y nos purifique. Que a toda la tierra alcanza tu pregón. Señor, que andemos como pide la vocación a la que hemos sido convocados. María, madre buena, ayúdanos.