“Escuchad mi voz, Yo seré vuestro
Dios y vosotros seréis mi pueblo. Seguid el camino que os señalo, y todo os irá
bien”.
Así empiezas hoy a hablarme. Con
una promesa. Sólo tengo que escucharte y ya me dices cuánto me quieres, ¡¡me
eliges como pueblo tuyo!! ¡¡Cómo no me va a ir bien!!
Y así empiezo yo casi todos los
días: “Pero no escucharon ni hicieron caso. Al contrario, caminaron según sus
ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda y no la
cara.”
Me levanto con sueño y con
prisas, se me olvida ofrecerte el día. Para cuando me doy cuenta ya corro hacia
el Metro, el bus o con el coche y por supuesto empieza la queja porque hay
gente por todas partes con prisas igual que yo…
¡Escucharte!, me pides que te
escuche, que siga tu camino y que me irá bien. Pero yo me obstino en mi camino…
y así me va.
Pero cuando me paro y te escucho,
cuando arrancas ese demonio que me atormenta, de mis prisas y mis cosas, cuando
estoy contigo dejo de desparramar.
Estar contigo es dejar de mirarme
y escucharte, estar contigo es seguir el camino que señalas y que todo vaya
bien, estar contigo es dejar de estar mudo y hablar en servicio tuyo por y para
los demás. Estar contigo…
Quiero darme cuenta de tu
presencia. Siempre estás a mi lado y yo me lo pierdo porque no me paro a
escucharte.
Madre, ayúdame hoy a pararme y escucharle como sólo tú sabes hacerlo.