Este sábado de cuaresma la
Palabra de Dios nos habla al corazón con el lenguaje de la misericordia y del
perdón. En el Credo hacemos repaso de las grandes obras de Dios, sus hazañas
por nosotros: creados, redimidos por el Hijo hecho hombre mediante su cruz y
resurrección, santificados por el Espíritu Santo, incorporados a la Iglesia
santa, llamados a la vida eterna… Y entre estas maravillas de Dios decimos:
“creo en el perdón de los pecados”. Hoy, escuchando el mensaje entrañable de
las lecturas profética y evangélica, quiero agradecer a Dios el regalarnos su
perdón que nos hace empezar siempre de nuevo.
“¡Qué Dios hay como Tú, que
perdonas el pecado!... Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas,
arrojará a lo hondo del mar nuestros delitos (Miqueas 7,18-19).
Señor, qué grande es tu
misericordia; no me termino de creer que cuando perdonas extingues el pecado,
lo haces desaparecer… Decir que lo arrojas al fondo del mar aún es poco para lo
que sucede con tu misericordia que borra nuestros pecados. Tu perdón restaura,
hace nacer de nuevo, devuelve la belleza original y la recrea; es una nueva
creación. ¡Es tan diferente nuestro modo de comportarnos y actuar con nuestros
hermanos! Y con nosotros mismos, pues nos cuesta perdonarnos y volver a
confiar. Somos el hijo mayor de la Parábola con nosotros mismos y con los
demás.
“Pero Tú, Señor, no estás siempre
acusando, ni guardas rencor perpetuo… Como dista el oriente del ocaso, así
alejas de nosotros nuestros delitos” (Salmo 102). Padre de bondad, generoso en
el perdón, que hiciste fiesta grande al recuperar al hijo perdido, ayúdame a
comprender las leyes de tu corazón misericordioso, que convierte el pecado
perdonado en derroche de redención. Como cantaremos en la Vigilia Pascual al
término del camino cuaresmal: ¡Feliz culpa, que mereció tal Redentor!
Señor, muchas veces soy como el
hijo pródigo, que se deja seducir por apariencias de felicidad que dejan vacío
el corazón; otras tantas soy como el hijo mayor con sus juicios implacables que
nacen de no conocer el corazón de su Padre. Me llamas a ser “misericordioso
como el Padre”, que acoge a uno y a otro, que reconcilia y es incomprendido,
que vive en el gozo de perdonar y hacer fiesta por la vuelta del pródigo.
Cuenta conmigo, Señor, para ir a buscar a tus hijos que se han perdido, a mis
hermanos pródigos, para que vuelvan a la casa del Padre y sientan la alegría de
tu misericordia.
Santa María, en este sábado de cuaresma, haz que comprenda la grandeza de lo que confieso cada domingo en el Credo: ¡Creo en el perdón de los pecados!