Nos
acercamos a la oración probablemente llenos de temores, de esa agitación que el
mundo nos transmite. Por otra parte, la experiencia nos ha enseñado, una y otra
vez, que el amigo con el que nos vamos a encontrar es Aquel al que los
vientos y el mar obedecen.
¡Ahí viene el soñador! ¡Venid, matémosle! (Gn 37, 19-20).
Recordad las maravillas que hizo el Señor. (Salmo 104).
Las lecturas
previas van preparando el corazón, que se dispone a considerar el evangelio. En
el evangelio, Dios ya no habla por profetas, nos habla directamente.
El evangelio
del viñador que arrienda su viña a unos labradores nos está preparando para
vivir un acontecimiento fuerte, el más radical y tremendo que un hombre
pueda contemplar: la muerte expiatoria de Dios por
mí, por nosotros, por nuestros pecados, por nuestra salvación. A
poca disposición receptiva que tengamos, este hecho nos sobrepasa, es algo que
no podemos comprender, como mucho vislumbrar y eso si recibimos el don de Dios
para hacerlo.
Entremos en
esta cuaresma en contemplación, pidamos esa gracia. Una contemplación de un
Dios pasivo, el hijo del dueño de la viña (Mt 23, 33-46) que se entrega
libremente, ocultando su divinidad, para que su Padre no haga
justicia con los labradores a los que arrendó su viña.
Pidamos la
gracia de sentirnos pecadores, envidiemos a Pablo, como pecador convertido
puede comprender mejor el misterio al que nos acercamos. Obsesivamente, nos
habla de este misterio en sus cartas: Gal 2, 20: «Vivo en la fe del Hijo de
Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí»; en términos
parecidos: Gal 3, 13; Rom 5, 6; Rom 5, 8; Rom 8, 32; Rom 14, 15; 1 Cor 1, 13; 1 Cor
11, 24; 2 Cor 5, 15; 2 Cor 5, 21; 2 Cor 8, 9; Ef 5, 2; 1
Tim 2, 6; Heb 5, 1; Heb 9, 24. Comprueba las citas, si tienes paciencia. Lo esencial,
que Pablo no podía vivir, sin transmitir continuamente aquello que había
comprendido: Me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Nos
quedaría, unirnos a Ignacio al entrar en la pasión y hacer la petición propia
de este momento: Demandar lo que quiero; será aquí dolor, sentimiento y
confusión, porque por mis pecados va el Señor a la pasión (EE.193).
Finalmente, no dejar el coloquio con la Madre, [EE 63]. El primer coloquio a nuestra Señora, para que me alcance gracia de su Hijo y Señor para tres cosas: la primera, para que sienta interno conoscimiento de mis peccados y aborrescimiento dellos; la 2ª, para que sienta el dessorden de mis operaciones, para que, aboresciendo, me enmiende y me ordene; la 3ª, pedir conoscimiento del mundo, para que, aboresciendo, aparte de mí las cosas mundanas y vanas; y con esto un Ave María.