Para empezar nuestro rato de
oración nos ponernos en la presencia del Señor y la Virgen Nuestra Madre, para
que todas nuestras intenciones y operaciones sean puramente ordenadas para la
gloria, servicio y alabanza de Nuestro Señor Jesucristo.
El Señor nos recuerda y nos
previene en su infinita providencia y amor la suerte que todos correremos,
bendición o maldición; vida en aridez de un desierto, en una tierra inhabitable
e salobre o hundir nuestras raíces en las corrientes de agua viva de tal manera
que cuando llegue el calor de las pruebas y purificaciones podamos mantener
nuestras hojas siempre verdes sin perder la fe, esperanza y caridad para seguir
dando frutos; aún en “tiempos de sequía”, que son las pruebas o dificultades
materiales y/o espirituales, y así poder seguir dando frutos, aun cuando muchas
otras personas a nuestro alrededor han perdido la fe o la pierden ante las
situaciones o circunstancias difíciles que les toca vivir.
Y parece que en las lecturas de
hoy el Señor nos quiere advertir la causa de esta desgracia: seguir a ciegas
los impulsos de nuestro propio corazón, sin meditarlos previamente ante el
Señor en la oración y dirección o guía segura que la Iglesia nos ofrece. No queramos
por nuestra sola voluntad entender nuestro corazón; solo el Señor, sondea la
mente y penetra el corazón, para dar a cada uno según sus acciones y según el
fruto de sus obras.
Por ello nos recuerda el Salmo de
hoy: Dichoso el hombre que confía en el Señor, y no se guía por mundanos
criterios; sino que, ama la ley de Dios y se goza en cumplir sus mandamientos.
Y el Señor nos quiere decir
también en el evangelio cuáles son esos mandamientos que debemos cumplir.
Darnos cuenta, ajustar la mirada y los sentidos, reflexionar, darnos, aunque
sólo fuese algunos momentos durante el día; no solamente unos ejercicios
espirituales, un día de retiro, rato de oración diaria; sino algunos momentos
durante el día para ver más allá de lo cotidiano y quitar el velo que nos
impide ver a esos “Lázaros que yacen a las puertas de nuestro corazón cubiertos
de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caen de nuestras mesas”.
Lázaros que muchas veces han llegado al grado de indigencia espiritual, que no
son conscientes de su propia miseria, ni se atreven, ni quieren ser ayudados, o
simplemente no quieren darse cuenta de ella.
Santa María, Reina y Madre
nuestra: alcánzanos la gracia de ser capaces de reconocer a nuestro alrededor
cercano y lejano las necesidades espirituales y materiales de nuestros hermanos
y poder ayudarles, aunque sea por medio de una oración, ofrecimiento o una
palabra de ánimo y amistad sincera.
Podemos pensar un momento cómo nuestra Madre está siempre atenta y cariñosamente velando por las necesidades de sus hijos ante Dios; que Ella, la mediadora de todas las gracias, nos alcance la gracia que le pedimos.