Espero que te ayuden estas
palabras que te pongo a continuación para llevar a cabo con fruto este rato de
oración. Dedícale este tiempo al Señor en la soledad acompañada por Él.
Empezamos nuestra oración
invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros
corazones el fuego de tu amor”.
Te invito a que en esta
predisposición y con la ayuda del Espíritu Santo, medites con calma la palabra
de Dios que hoy nos ofrece la Iglesia.
Muchas veces cuando queremos
hacer oración nos cuesta centrarnos. Estos puntos de oración nos pueden ayudar
a no dispersar nuestra mente ya que nos enfocan en una idea. La idea que te
propongo hoy nace de la antífona del salmo “Te ensalzaré, Señor, porque me has
librado”. El Señor nos ha librado de la muerte eterna muriendo por nosotros en
el sacrificio de la cruz. Nos ha salvado después de haber cargado con nuestros
pecados. Durante estos días de Cuaresma nos estamos preparando para los días de
cruz y de gloria, que son la pasión, muerte y resurrección del Señor. El Señor
nos ha salvado, ya no hay nada que temer porque él ha sacado nuestra vida del
abismo y nos hace revivir. No hay que estar tristes, porque el Señor nos ha
librado y eso nos hace felices; por lo tanto no cabe la tristeza ni la
desesperanza. Y esto es una realidad. Aunque las situaciones estén siendo duras
por la incertidumbre, las dudas o el dolor, Él nos ha levantado y nos sigue levantando.
Nos los recuerda la primera lectura: “voy a
crear un cielo nuevo y una tierra nueva: de lo pasado no habrá recuerdo ni
vendrá pensamiento, sino que habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a
crear. Mirad: voy a transformar a Jerusalén en alegría, y a su pueblo en gozo;
me alegraré de Jerusalén y me gozaré de mi pueblo, y ya no se oirán en ella
gemidos ni llantos…”. Él transforma nuestra alma, crea una nueva tierra en
nosotros, reconstruye nuestro corazón: transforma Jerusalén en alegría.
La Cuaresma es un tiempo de preparación, de mirar
nuestro interior, nuestro pecado y presentárselo al Señor porque Él lo
levantará, lo regenerará, lo limpiará y nos transformará. Y con ello podremos
cantar como el salmista: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”.
Ponemos nuestro corazón en manos de la Virgen María nuestra Madre. Ella se lo presentará a su hijo y Él nos sanará con su amor, y creará en nosotros un cielo nuevo y una tierra nueva.