¡Qué contento me siento al compartir estos “puntos” en la fiesta de San
José! Me confío a él para que nos hable desde su silencio y nos custodie desde
su Cielo (ahora sí que estará en santa y buena compañía, Jesús, María, Juan,
Isabel…hasta llegar a nuestros Padre Tomás Morales y Abe).
1. Cuando tus días se hayan cumplido y descanses para siempre…tu trono
será estable eternamente’ (1 Sam 7, 4)
¡Qué
consoladora la profecía de Samuel cumplida en el rey David! Pero en José es una
realidad y a ella estamos invitados. Por el Bautismo, por la vida de gracia y
santidad podemos adelantarla. Somos cielo, en el suelo, pero camino de Cielo.
Gracias, Señor.
2. “Por medio de la fe, que es gratuita, queda asegurada la promesa [a
Abraham] para todos sus descendientes” Rom 4, 13
¡Creo,
Señor, pero aumenta mi fe, como a Abraham, nuestro padre, quien creyó y esperó
contra toda esperanza, que habría de ser padre de muchos pueblos! Como José,
quien –al igual que María- supo pronunciar y vivir su “hágase” en su anuncio y su
“estar” en sus “dolores y gozos”, en Belén, Nazaret, Egipto.
3. “Estableceré
tu descendencia para siempre, mantendré tu trono por todas las generaciones”
(Salmo 89)
¡Señor, te
cantamos, te alabamos, porque tu promesa con Abraham es realidad en el Pueblo
de Dios, en la Iglesia! Y siento el deseo de cantar el Magníficat, de
escucharlo directamente de labios de María, con José y el Niño.
4. “Hijo mío, ¿por qué te has
portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de
angustia” (Lc 2, 41)
El P.
Morales titulaba esta escena “dar disgustos y llevárselos”. Menudo disgusto el
proporcionado por el Niño modelo que se “pierde” sin aviso a sus ejemplares
padres que le buscan desconsolados “llenos de angustia”. Ser de la familia
divina no ahorra sufrimiento. Para llegar a la luz hay que pasar por la cruz.
Éste es el camino trazado por Dios, enseñado por Jesús, y no hay otro. Preguntemos
a los tres, acompañemos a los tres, seamos como los tres.
¿Cómo
estaría la Madre ante la noche de la ausencia del Hijo Amado? Comienza a
entender la profecía de la espada anunciada por Simeón, mucho más que una
vacuna de la dolorosa Pasión. ¿Y, Jesús? ¿Cómo se atreve a destrozar de este
modo a su Madre? ¿De dónde saca fuerzas para amar así, provocando tanto dolor?
¿Y el Custodio José? Sin duda que siente que ha perdido los papeles, que no
está a la altura del momento. Me imagino a un sacerdote que en plena procesión
del Corpus le roban la custodia con el Santísimo. José, entiendo que no
entiendas. Tú eres la “sombra” del Padre. ¿Tuviste celos de Él? Lo que está
claro es que el Hijo “hallado” en el Templo se convierte en el Maestro que
educa y enseña. Y nos dice san Lucas que los padres “no entendieron”. ¿Cómo
sería la vida en Nazaret tras este episodio? El Evangelio tan sólo nos cuenta
que les estaba sujeto y seguía creciendo.
¡Jesús,
José, María, convertidme en una custodia limpia y fuerte para ser custodio
PALABRAS DEL SANTO PADRE
En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser «custos», custodio. […] José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Custodiemos a Cristo en nuestra vida, para proteger a los demás, para salvaguardar la creación (Solemnidad de san José, 19 de marzo de 2013).