* Primera lectura: ¡Los «tres jóvenes» de Daniel son
extraordinariamente valientes! El rey de Babilonia ha erigido un gran ídolo en
medio de la llanura inmensa. Ha convocado a las muchedumbres con los prestigios
de la "fiesta" y con músicas: todos alineados, a sus órdenes y al son
de la música, harán el mismo gesto en el mismo instante. Son como “robots
mecanizados” a quienes se les impone una religión del Estado. Está prohibido
pensar de modo distinto que el rey o que el partido en el poder. El que se
niega a ello es enviado al gran horno como castigo. Pero estos jóvenes son
hombres firmes, hombres libres y han elegido mantener una posición personal: no
quieren someterse a nadie, sino sólo a Dios. Están dispuestos a morir. Tienen
puesta en Dios su confianza. Están en la Fe. Han hallado un
«absoluto», un Sentido. Han encontrado una razón de vivir que es más importante
que su propia vida. La muerte misma no les condiciona, no les da miedo, no
empaña su libertad, ni es capaz de doblegarles.
Cantan: «Bendito
eres, Señor Dios de nuestros padres, a ti el honor y la gloria para siempre».
Es un cántico de
alabanza a Dios que hoy leemos como salmo responsorial. Unas alabanzas así sólo
pueden brotar de corazones realmente libres.
Dios envió a un ángel a librar a sus siervos. Los tres jóvenes aceptan
morir en el horno antes que renegar de su fe en un solo Dios verdadero. Pero
son librados de las llamas, al igual que un día Cristo será rescatado de la
muerte.
Los que se
mantienen fieles al Señor, no obstante, la persecución, triunfan de un modo o
de otro. Toda persecución es una prueba del justo, de su fe en el
poder de Dios... Pertenece al misterio de la lucha del mal contra el bien, del
vicio contra la virtud. Revela el juicio de Dios en cuanto que anuncia el
juicio escatológico y el advenimiento del Reino. El justo
obra libremente por amor a Dios. Dice San Jerónimo: «Él, que promete
estar con sus discípulos hasta la consumación de los siglos, manifiesta que
ellos habrán de vencer siempre, y que Él nunca se habrá de separar de los que
creen» (Com. al Evangelio de S. Mateo 21,3).
Y Orígenes:
«El Señor nos libra del mal no cuando el enemigo deja de presentarnos batalla
valiéndose de sus mil artes, sino cuando vencemos arrostrando valientemente las
circunstancias» (Tratado sobre la oración 30).
Todo es figura de
Cristo en su Pasión. El fuego no toca a sus siervos. Los enemigos se imaginan
haber aniquilado a Jesús. Pero Dios destruye sus esperanzas y planes. El
condenado, el vencido, se levanta glorioso al tercer día de entre los muertos.
* Evangelio: “Si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres”.
Únicamente el Hijo de Dios revela la verdad que libera de la esclavitud del
pecado. Ser hijos de Abrahán no es cuestión de raza, sino de ser, como él,
justo y creyente. Ser hijos de Abrahán es, en concreto, ser hijos de
Dios por la fe en Cristo. Al no creer, los judíos manifiestan que
no son sino hijos del diablo. La presunción de ser hijos de Abrahán es tan
infundada como la de ser libres cuando se es esclavo del pecado. San
Agustín dice: «Eres, al mismo tiempo, siervo y libre: siervo
porque fuiste hecho, libre porque eres amado de Aquel que te hizo, y también
porque amas a tu Hacedor» (Coment. al Salmo 99,7).
La libertad que
Cristo nos ha otorgado consiste ante todo en la liberación del pecado (Rom
6,14-18) y en consecuencia, de la muerte eterna, y del dominio del demonio; nos
hace hijos de Dios y hermanos de los demás hombres (Col 1,19-22). Esta
libertad inicial, adquirida en el bautismo, ha de ser desarrollada luego con la
ayuda de la gracia.
ORACIÓN FINAL:
Dios y Padre de nuestro salvador Jesucristo, que en María, virgen santa y madre diligente, nos has dado la imagen de la Iglesia; envía tu Espíritu en ayuda de nuestra debilidad, para que perseverando en la fe crezcamos en el amor y avancemos juntos hasta la meta de la bienaventurada esperanza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.