¡Ven Espíritu Santo!, e ilumina y
guía tú mi oración, en este domingo de ramos. ¿Cómo iba yo sólo a conocer y
vivir en su sentido verdadero esta celebración?
Iniciamos ya la Semana Santa.
Ciertamente que las lecturas nos ayudan con sus reflexiones y descripción de
los hechos. Será preciso estar muy atentos y dejarse conducir para acompañar a
Jesús “que sufre y muere por mí”. Aunque hoy, desde el señorío de su humildad,
deje que le alaben; ¡Hosanna al hijo de David!
Pero luego nos abismaremos ante
la apertura de Jesús a los acontecimientos tan dramáticos que vivirá, “yo no
resistí ni me eché atrás”. Y eso que se va a enfrentar al abandono, la
burla, el desprecio y el sufrimiento más atroz. Pero puede ayudarnos
contemplarle, en medio de tanto dolor, cómo sigue orando al Padre, “Se
reparten mi ropa/ Pero tú, Señor, no te quedes lejos/ fuerza mía, ven corriendo
a ayudarme”.
Todo el sufrimiento que pasamos
queda asumido por el Señor Jesús. ¡Él, que era de condición divina, se somete a
la muerte más ignominiosa! Desde este vernos hijos en el Hijo (aunque
sufriente) podremos llegar a decir: Jesucristo es Señor, para gloria de
Dios Padre. Mis sufrimientos y “muertes”, en Jesús, ciertamente glorifican
a Dios, dan vida al mundo.
Vemos a nuestro Señor, orando en
el momento que es más insultado y despreciado en la misma cruz y hasta en la
sensación de ser abandonado por el Padre, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?”. Pero el amor obediente al Padre y a cada uno de nosotros,
hace que su determinación de dar la vida no decaiga.
Vivamos, desde y con el corazón de nuestra Madre, cada paso de esta Pasión de Jesús que puede hacerse realidad en cada corazón, en cada historia de desgarro y muerte que rodea a nuestros hermanos.