Domingo día del Señor,
día de celebrar el misterio pascual con toda plenitud. Al terminar esta
cuaresma nos llenamos del deseo de acoger la fuerza del Espíritu para
acercarnos más y más al Señor Jesús, para subir a Jerusalén juntamente con él.
En nuestra oración, al
compás de la lectura litúrgica, descubrimos algo muy sugerente: ¡se nos anuncia
la difusión de la fe en Cristo también entre los paganos! Es el gozo del
anuncio de una nueva alianza, una alianza universal: “Todos me conocerán “,
dice el Señor. ¡Puedo conocerlo!
Estamos ante el último
episodio de la vida pública de Jesús: “ha llegado la hora de que sea
glorificado el Hijo del hombre.” Nos maravillamos de que ésta consista en el
poder de dar la vida eterna a todos los que crean en él. ¿Creo con todas
mis fuerzas? ¿con todo mi ser?
¡Es asombroso! Nos da la
vida eterna. Su glorificación, tiene lugar a través de su pasión. Morir como
rescate por la multitud, por muchos, por todos.
Jesús nos ilumina el misterio
pascual con este signo: “si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda
él solo. Si muere, da mucho fruto “.
Esta misma ley vale para
cada uno de nosotros. Tomamos como nuestra su palabra: “por esto he venido,
para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”.
Que grande descubrir que
el Señor no pide por Él, sino que pide la glorificación del nombre del Padre.
Piensa en la salvación de todo mundo. En la mía. ¿No es de locos? Hay un signo
del cielo, una voz que ratifica esta ofrenda existencial: “lo he glorificado y
volveré a glorificarlo”.
¿Cómo afronta Jesús su
pasión? En esa extrema angustia ofrece a Dios oraciones y súplicas.
No solo ora, sino que
grita y llora. ¡Es impresionante, más aún, brutal! ¿Cómo afronto yo mis
pasiones, mis calvarios, mis sufrimientos? ¿He gritado, llorado alguna vez?
Jesús ora al que puede
salvarle de la muerte. Pero no impone, no condiciona a Dios, la elección del
medio de salvación. ¡Señor, que no condicionemos nunca tu acción en nuestra
propia historia!
El autor de la carta a
los Hebreos nos dice que “Jesús fue escuchado “, por su actitud reverente, es
decir, porque dejó elegir a Dios la solución. Cuando oremos debemos dejar
siempre a Dios elegir la solución. ¿Lo hago?
En medio de situaciones
difíciles, como la que vive Jeremías y el pueblo elegido, hemos de descubrir
que en el proyecto de Dios se nos anuncia una alianza nueva, nueva y eterna.
Somos hombres nuevos por esta alianza que el Señor Jesús sella con su sangre
derramada en la cruz.
Esta nueva alianza está
fundada en la unión íntima con Dios. Es una alianza interior, que
cambia a cada creyente desde dentro. Conocer al Señor no significa solo saber
que existe; significa más bien tener una relación personal con Él, una relación
que cambia radicalmente nuestra propia existencia.
Estamos a las puertas de una nueva Semana Santa, otra vez en condiciones que limitan nuestra participación presencial, pero no espiritual. Pidamos a María que nos haga partícipes de sus mismos sentimientos. Que vivamos unidos a Ella los días más santos del año.