Espíritu Santo…, ven.
Santa María, Virgen de los Dolores…,
intercede.
Hoy, viernes de Dolores, la
Palabra de Dios nos ayuda a adentrarnos en los sentimientos del Señor, ya a las
puertas de su Pasión… de amor por cada uno de nosotros. Amor que nace de su
unión íntima con el Padre.
En la primera lectura Jeremías
profetiza y pone palabras a la tensión que Jesús vivió los días previos de la
Semana Santa. Llegaba la hora del amor extremo, y Él lo sabía. El salmo pone
palabras a la angustia de estar ante una inminente persecución, se fía a la
protección del Padre.
En el Evangelio los fariseos
denuncian a Jesús, no por sus obras buenas o malas, sino por vivir desde su
filiación radical al Padre. Les escandaliza un Dios Papaíto. Para
ellos es una blasfemia (¡!). Te invitaría a que escuches dentro de ti, al
fariseo que llevamos cada uno dentro, que nos dice: “es más importante lo que
hagas que lo que ames, tu acción eficaz y abundante es más importante que la
oración silenciosa que la fecunda, darás más fruto cuanto más éxito tengas,
serás más influyente cuanto más aplausos recibas, serás más amado cuantos más
méritos poseas, la mejor oración es la más sentida, el mejor cristiano es el
que más dones tiene para ofrecer”. Este fariseo siempre trata de merecer el
amor de Dios. Jesús goza confiada y humildemente del amor del Padre.
En un mundo (también el católico)
que se mueve por la eficacia, la productividad y los likes,
adentrémonos en una oración no productiva, no eficaz, ni aplaudida por otros,
sino escondida y en oblación, que no trata de sacar algo en claro, que no está
centrada en nosotros mismos. Contentémonos con estar cerquita de la Virgen, y
con acompañar a Jesús. ¿Cómo José? Sí, sólo como José…
Igual que a Jesús le persiguieron
por llamar a Dios Abba, a nosotros nos persigue nuestro
orgullo, nuestro deseo de éxito, el tratar de sacar ideas brillantes de la
oración, cuando permanecemos ante Dios como hijos, no como campeones de la
santidad. A menudo nos olvidamos de poner el foco en el Señor, de estar
disponibles para Él en humildad, de ofrecernos virginalmente el tiempo de
oración como víctimas de propiciación. El centro eres Tú, Señor, no yo. Qué
consuelo tiene que ser para Ti encontrarnos disponibles para sólo amarte. Sin
otro objetivo…
Terminar con el examen de la oración. La vida queda siempre marcada por una oración virginal.