¿Señor, por qué
no podemos seguirte ahora?
Este martes de Semana Santa vemos
a Jesús angustiado porque sabe lo que le viene encima. Ha lavado los pies a sus
discípulos, Judas incluido; se han sentado a la mesa y la cena ha comenzado.
Los discípulos ni siquiera sospechan los acontecimientos que vienen sobre
Jesús, y celebran aquel convite pascual con la alegría propia de la gran fiesta
judía que se avecina. Se entregaron a comer y beber.
Y Jesús sigue hablando, continúa
con el más largo y profundo de sus discursos ¡pero nadie le entiende! Se
escuchan las palabras de Pedro, que no sabe de qué está hablando. Cuando se
enfrente a la dura realidad, calentándose a la hoguera, sus promesas se
olvidarán y la negación saldrá espontánea. ¿Encontramos algún parecido entre
nosotros? ¿Nos recuerda algo nuestro “sí, soy católico, pero no practico”?
Todos somos Pedro en muchas
ocasiones. Cantamos alegres y los problemas quedan fuera de la casa. No es que
olvidemos lo que el Maestro nos dice, es que lo oímos, pero no lo escuchamos.
Nos parece estar asistiendo a los discursos protocolarios de los homenajes a
los que hayamos asistido, durante los que apagamos los oídos y la atención.
Somos, como Pedro, valientes y
decididos de salón para seguir a Jesús mientras estamos en el banquete, pero
cuando la fiesta acaba y llega el momento de dar la cara puede que escondamos
la nuestra y neguemos seguir al Maestro. ¿Somos consecuentes con la fe que
decimos profesar y seguir? ¿Mi boca, tu boca, nuestra boca, cantará su
salvación o seremos nuevos “Pedros” negando al Señor?
Pero hay algo que salva a Pedro
después de la negación y es "la no culpabilidad" y aceptar el perdón
de Jesús (con la mirada). Esta es la gran diferencia con Judas, que terminó por
suicidarse. Uno se sintió culpable y no pudo con ello; terminó con todo. El
otro, en medio de su gran dolor, de haber fallado a Jesús, de su gran
humillación, sabrá acercarse de nuevo, le buscará y suplicará su perdón. Y yo
me pregunto: ¿Cómo vivo mis pecados? ¿Surge en mí la culpabilidad que me
separa de Dios o por el contrario, me acerco humillado y arrodillado? Es sutil
la diferencia, pero muy importante.
Que ojalá aprendamos a vivir como Pedro: orgulloso como el que más pero conocedor de la misericordia y el perdón de Dios, que es donde siempre hemos de volver.