22 marzo 2021, lunes de la 5ª semana de Cuaresma. Puntos de oración

Entramos en la Semana de Pasión. Así se llamaba a esta semana que precede a la Semana Santa, con el Viernes de Dolores, para entrar en el Domingo de Ramos. El viernes pasado celebramos a san José del que estamos celebrando un año jubilar convocado por su Santidad Francisco; ya le había introducido en el canon de la Misa de forma obligatoria y se celebra el CL aniversario de la proclamación como protector de la Iglesia Universal al que ha dedicado una carta muy propia de su misión en la Iglesia.

El domingo —en las lecturas del ciclo A— contemplábamos la Resurrección de Lázaro con la confesión de Marta a la pregunta que Jesús le hace, y si cree: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá para siempre”. Y Marta responde: “Sí Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.

Esta pregunta nos la formula Jesús a cada uno en la oración de cada día y tenemos que darle la misma respuesta o parecida, como se la dan otros como Pedro, Tomás, el Centurión, …

La riqueza de los textos de las lecturas de estos días es tal que arrancan a la conversión a todos los que se acercan a leerlos con fe: Sí, creo, Señor, que tú eres el enviado, el Mesías, el Cristo, la resurrección y la vida, el que me perdona mis pecados a través de los sacramentos y me da la gracia de la vida eterna.

No solo en el Evangelio hay una confesión completa de quién es y a qué ha venido, por qué camino nos trae la Salvación; también los profetas recurren a toda la creación, cielos, tierra, seres vivientes para recrearlos en una nueva creación de vida salvadora, que cambia toda forma de vida corruptible por otra de Resurrección y vida, como confiesa Marta.

También en las lecturas de hoy se ve reflejada esta recreación: en Daniel, descubriendo la verdad sobre Susana, salvándola de la muerte; y Jesús, cuando le traen a la pecadora para juzgarla, de qué manera maravillosa la salva: “Quien esté libre de pecado, tire la primera piedra”. Y él espera la respuesta; y todos se van retirando; y cuando se quedan solos, seguro que Jesús se quedó mirándola y le dice aquellas palabras que estaba esperando: “Ninguno te condena, tampoco yo te condeno, vete y en adelante no peques más”.

Son las mismas que debemos escuchar de los labios de Jesús en esta contemplación tan subyugante donde debemos caer atrapados todos en nuestra oración de hoy, para salir recreados con el perdón y la mirada de amor que pone en nuestros ojos: “Tampoco yo te condeno, vete y no peques más” y sentir el gozo del perdón, de la misericordia infinita de Dios que se ha dignado bajar a la tierra para sembrar en ella el amor, el perdón, la confianza infinita que depositamos en Él cuando oramos de verdad.

No sabemos si la Virgen estaba por allí, pero qué sentiría, o cuando se lo contaron los discípulos, unas lágrimas de ternura: “Es mi Hijo muy amado, salido de mis entrañas…”

Santa María, concédenos la fuerza que tiene el Evangelio, que mana de él cuando hacemos así oración.

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