Al final del año, la liturgia de la misa coloca lecturas del libro del
Apocalipsis, el último libro de la Biblia, como meta al final de los tiempos
para recordar como en el Credo el fin de nuestra vida en la tierra, el juicio
final y la vida eterna que nos espera. Denuncia las faltas y reconoce las obras
buenas en las siete iglesias a las que san Juan, el autor del libro, escribe
sus cartas.
Nosotros siempre nos hemos fijado más en la de Éfeso y nos llama la
atención cuando dice: “Pero has abandonado tu amor primero”. Cuantos en algún
momento nos hemos vuelto a Jesús y nos hemos entusiasmado con su persona,
porque nos ha enamorado, cuando con el tiempo parece que va disminuyendo aquel
amor primero, al leer esto, nos revuelve por dentro, nos apela a que no sea
así. Queremos que siga siempre como cuando nos encontramos con Él la primera
vez.
Hoy en el evangelio, cuando se encuentra con el ciego sentado al borde
del camino, pidiendo limosna, (estos detalles nos sirven para poder contemplar
la escena que es fantástica para hacer la oración con una composición de
lugar), al oír que pasaba Jesús (cuántas veces ha pasado a nuestro lado y nos
ha mirado), empezó a gritar: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”.
¡Cuántas veces hemos repetido esta petición del ciego en nuestra oración
diaria! Cuántas veces nos hemos visto retratados cuando gritaba más fuerte:
“¡Hijo de David, ten compasión de mí!”
¡Qué delicioso lo que sigue! Jesús se paró y mandó que se lo trajeran y
cuando estuvo cerca, le preguntó: “Qué quieres que haga por ti?”. “Señor, que
recobre la vista” y la respuesta de Jesús: “Recobra la vista, tu fe te ha
salvado”.
Fijémonos bien en la respuesta: lo que nos salva es la FE. El ciego
tenía una fe grande de que podía ser curado.
También nosotros somos curados por la fe, aunque nuestro primer amor se haya rebajado. Es la fe la que nos enciende en el amor a Jesús y solo el Amor es digno de FE. ¡Qué gracia más grande es esto! Nada más para entenderlo que mirar a la Virgen, ella nos contagiará esa FE y ese Amor que siempre van juntos y crecen por igual en el alma, en el corazón y en la vida.