Estamos a punto de concluir el año litúrgico. El evangelio nos recuerda
que esta vida también tiene un término. Pero el salmo nos recuerda que el cielo
no será más que la continuación de esa alabanza continua que debemos realizar
al Señor en la tierra. “Dichoso los que sirven en tu casa alabándote siempre”.
“El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro
Señor y a su prójimo, y mediante esto salvar su alma”, como diría San Ignacio.
"Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os
aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les
servirá… ¡Dichosos de ellos!". El salmo nos dice también que, para
esforzarnos por pasar por la puerta estrecha, debemos poner toda nuestra
confianza el Señor, abandonados como niños pequeños en los brazos de su Padre.
Dios nos tiene preparado un cielo nuevo y una tierra nueva, pero debemos tratar de percibir la cercanía de ese Reino de Dios. “Sabed que está cerca el reino de Dios”. Ese reino está tan cerca que sólo nos queda la fugacidad de esta corta vida para el juicio particular y ser juzgados por la misericordia y justicia divina de Dios, dignos de ser partícipes o no de ese reino. Vivir sabiendo que nos espera un reino eterno de verdadera paz, felicidad, vida plena de felicidad y amor con Dios y el prójimo. Que nuestra Madre nos conceda la gracia de aspirar y ganar Hijos de Dios y hermanos de ese Reino de justicia y amor.