Iniciamos la oración con la que nos propone san Ignacio en los
Ejercicios: “que todas mis intenciones, acciones y operaciones, sean
ordenadas puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad”.
A lo largo de este mes de noviembre, la liturgia nos recuerda la
realidad de la muerte por la que tenemos que pasar todas las personas. El
Evangelio de hoy fortalece nuestra fe en la resurrección. Y el Señor, en este
texto de san Lucas, nos da una catequesis sobre la resurrección de los muertos.
Esta realidad de muerte y resurrección aparece en el Credo como fundamento de
nuestra fe, que repetimos todos los Domingo en la Eucaristía.
En este texto Jesús contesta a unos saduceos que no creían en la
resurrección: “… Pero los que sean juzgados dignos de tomar
parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos… pues ya no
pueden morir, ya que son como ángeles y son hijos de Dios, porque son hijos de
la resurrección… No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos
están vivos”.
Recuerdo el título de un libro: “Nacemos para no morir
nunca”. Cuando muere la madre de tres niños, dos de ellos viven
solamente unos minutos. Cuando ella muere de cáncer a los 28 años, unos meses
después, en su tumba quiso que se pusiera: “Lo importante en la vida no
es hacer algo, sino nacer y dejarse amar”. Su nombre es Chiara
Corbella, en proceso de beatificación.
Por tanto, como decía su marido: “Nacemos para no morir nunca”. Esto
es lo que recordamos cada vez que recitamos el Credo.
Que Santa María aliente cada día nuestra fe: “Espero la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro. Amén”.