En este día la Iglesia celebra la dedicación de la basílica de
Letrán, «madre y cabeza de todas las iglesias de la urbe y del orbe»; todos
los fieles de la tierra nos unimos a nuestro pastor, el papa Francisco que,
desde su cátedra en Roma, es vicario de Cristo en la tierra y «preside a todos
los congregados en la caridad».
El templo es el espacio necesario en el que podemos encontrar a Dios; es
cierto que Él está presente en todo lugar y momento, pero se manifiesta de
manera especial en este espacio. De hecho, de ahí pueden brotar las aguas que
nos dan la vida y nos curan de nuestras enfermedades, como viene reflejado en
la profecía de Ezequiel. Por eso debemos saber valorar estos recintos y, al
entrar en ellos, adoptar una actitud de reverencia ante lo sagrado, y no pasar
como si de cualquier cosa se tratase. Tengo que estar atento y guardar cuidado
de no gritar, no dispersarme, no ‘trastear’ si me encuentro en un templo de
Dios.
Pero más que el templo de piedra, he de cuidar y reverenciar el templo
de mi cuerpo. San Pablo lo reseña con insistencia: «¿No sabéis que sois templos
de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» El mismo Cristo hablaba
del templo de su cuerpo cuando se dirigía a los judíos: «Destruid este templo y
en tres días lo levantaré». No es que tenga un cuerpo, soy cuerpo, espíritu
materializado que necesita de él para relacionarme; no lo tengo que banalizar y
he de darle el valor y la dignidad que se merece, sin caer en frivolidades o menosprecios
que pueden degradarlo. Cuando aceptamos a Cristo y confiamos en Él como Señor y
Salvador, el Espíritu Santo comienza a morar en cada uno de nosotros. Que la
oración me ayude a llevarlo a cabo.
Y que santa María, en su advocación de la Almudena que también hoy se conmemora en Madrid, nos ilumine y nos guarde. ASÍ SEA.