Me gusta verte enfadado en la Escritura, Señor. Porque en la vida
cotidiana que llevo, a mí me pasa a menudo.
Mira que intento confiar en mis hijos, en mis compañeros de trabajo, en
mis amigos, en los del grupo… Pero tantas veces ocurre que lo que dijeron que
iban a hacer no lo hacen, o lo que les pedí que no contaran lo cuentan, o lo
que les rogué que no tocaran o comieran acaba tocado o comido. Y cuando
preguntas “¿has hecho lo que te dije que no hicieras?”, siempre la misma
respuesta: es que fulanito me dijo, me convenció, me propuso… ¡tirando balones
fuera!
Y monto en cólera por la decepción y digo de todo…
Pero muchas veces me falta responder como tú. En tu enfado y mientras
castigas, a la vez estás viendo lo que el otro necesita. Y como está desnudo, pues
le vistes con una piel. Te puede el amor que nos tienes.
Yo quiero aprende eso, a estar siempre pendiente de lo que el otro
necesita. Aunque esté enfadado, aunque el otro me decepcione, aunque acabe de
dar una clase magistral y esté cansado. Estar siempre pendiente de lo que el
otro necesita y darle de comer, si hace falta, aunque parezca que no hay.
Porque sé que tu no dejas que me falte nada verdaderamente necesario, tú
estás pendiente de mí siempre. Aunque te decepcione a menudo, me amas.
María lo tenía muy claro, lo vivía cada día, cotidianamente. Por eso era
capaz de salir corriendo a ayudar a su prima aún estando embarazada o no morir
de pena al verte colgado en la cruz… Se sabía amada por ti.
¿Soy consciente de lo mucho que me quieres? Hoy voy a esforzarme por ver tus detalles de cariño y darte las gracias por ellos, y así mañana intentaré imitarte y tener detalles con los demás. Solamente porque los quiero.