Cuántas veces me he encontrado en mi oración pensando en mis cosas y mi
oración se ha convertido en una conversación que solo giraba en torno a mí.
¡Pero qué fácil lo tenemos los cristianos, que el mismo Señor nos ha dejado las
palabras con las que podemos orar! En este rato de oración de hoy, vamos
a rezar el Padre Nuestro despacio, saboreando el
significado de cada palabra, y lo haremos acompañados de una reflexión sobre el
Padrenuestro escrita por santo Tomás de Aquino.
PADRE. Dios es Padre porque nos creó a su imagen y semejanza, es providente
con nosotros y nos adoptó como hijos. Por nuestra parte brotará alabarle, no
sólo con los labios, sino sobre todo con el corazón, e imitarle en la
perfección del amor y de la misericordia que va siempre acompañada por las
obras.
NUESTRO. Esta palabra nos sitúa ante nuestro
prójimo, a quien debemos amar por ser nuestro hermano. Santo Tomás nos recuerda
las palabras de san Juan: “Quien no ama a su hermano, al que ve, ¿cómo va a
amar a Dios, a quien no ve?”.
QUE ESTÁS EN EL CIELO. Estas palabras nos ayudan a prepararnos para
orar imitando, contemplando y deseando los bienes de arriba, donde está Cristo,
y nos configura para que nuestra vida sea semejante a la de nuestro Padre del
cielo.
SANTIFICADO SEA TU NOMBRE. Pedimos que el nombre de Dios se nos
revele y se nos haga manifiesto. Nombre admirable, porque obra maravillas en
todas las criaturas. Es un nombre digno de salvación, como dice el apóstol san
Pedro: “No se nos ha dado bajo el cielo otro nombre que pueda salvarnos” (Hch
4, 12). Es un nombre digno de veneración, pues al nombre de Jesús debe doblarse
toda rodilla “en el cielo, en la tierra y en el abismo” (Flp 2, 10). Es un
nombre inefable ante el que toda explicación resulta insuficiente. Se le llama
roca en razón de su firmeza; se le llama fuego, porque purifica nuestro corazón
de todo pecado; se le llama luz, porque la luz disipa las tinieblas, así el
nombre de Dios ilumina nuestra mente.
VENGA A NOSOTROS TU REINO. Pedimos que no sea el pecado quien reine en
nuestro mundo, sino Dios. Si deseamos que sea Dios realmente el Señor de todos,
renunciamos a todo deseo de venganza; si esperamos la gloria del paraíso, no
nos preocupamos por las cosas del mundo; y si pedimos que Dios y Cristo reinen
en nosotros, debemos ser mansos porque el mismo Cristo fue manso y humilde.
HÁGASE TU VOLUTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO. Esto supone una gran
humildad. Cuando vivimos de acuerdo con la voluntad de Dios, nuestro corazón
camina por el camino recto. Dios no nos creó en vano, sino para que alcancemos
la vida eterna. La salvación consiste precisamente en alcanzar el fin para el
que fuimos creados. Con esta petición pedimos que se cumpla también esta
voluntad salvífica en quienes todavía peregrinamos por este mundo como ya se ha
realizado en los santos que están en el cielo.
DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA. Dios se preocupa de
nuestras necesidades temporales. El pan de cada día resume
todas estas necesidades. Cristo nos enseña a pedir el pan “nuestro” y no el
ajeno. La expresión “de cada día”, entendida como el de un día o el de un
cierto tiempo, nos anima a vivir el momento presente y no la preocupación
excesiva por el mañana. Este pan puede entenderse también como el pan del
sacramento de la Eucaristía y como el pan de la palabra de Dios.
PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS
OFENDEN. Vivir en la humildad reconociéndonos pecadores; pero también vivir desde
la esperanza y la confianza plena en la misericordia de Dios del que se
arrepiente y se confiesa. Además, para ser perdonados se requiere también que
nosotros perdonemos las ofensas de nuestro prójimo. Si no perdonamos a nuestro
prójimo, Dios no nos perdonará a nosotros.
NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN. Con esta petición le
pedimos a Dios que podamos evitar el pecado, que no nos sobrevenga una
tentación que nos haga pecar. Tentar es poner a prueba nuestra virtud. La
tentación puede ser una manera de comprobar hasta qué punto estamos disponibles
para hacer el bien.
Y LIBRANOS DEL MAL. Le pedimos a Dios que nos libre de todos los males,
tanto del pecado como de la enfermedad, la aflicción o cualquier contrariedad.
Dios puede librarnos en ocasiones de las aflicciones o, en otros casos,
convertir las pruebas y tribulaciones en bien. Santo Tomás relaciona esta petición
con la virtud de la paciencia y el don de la sabiduría, así como con la
bienaventuranza que proclama dichosos a los que trabajan por la paz. Por medio
de la paciencia alcanzamos la paz, tanto en la prosperidad como en las
adversidades.
AMÉN. Es la confirmación general de todas las peticiones. Así sea.