Celebramos hoy, 14 de febrero, a san Cirilo, monje, y Metodio, obispo.
Eran hermanos con brillantes estudios en Constantinopla, ambos misioneros de
los países eslavos y patronos de Europa, oriundos de la Iglesia bizantina. Por
esta razón los textos de la misa nos van a empujar con una fuerza brutal a
hacer una oración misionera.
Así lo hacen tanto la primera lectura, “Yo te he puesto como luz de los
gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra”, como el
Evangelio: “El Señor designó otros setenta y dos y los mandó de dos en dos, a
todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir él. Y les decía: «La
mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que
envíe obreros a su mies. ¡Poneos en camino!» Y les daba las instrucciones.
(Espero se conozca lo que es la mies: es el grano o fruto que se recoge de los
campos cultivados).
Y el salmo 116 es un envío: “Id al mundo entero y proclamad el
evangelio”.
Santa Teresita se apropia las palabras de Jesús como suyas y las dice
para sí, se las aplica a ella. Escribe: “les he dado las palabras que tú me
diste”. Así podemos decir: “El Señor me ha enviado a evangelizar a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad.”
Esto es estar a una con el Papa, que nos ha puesto en salida, en las
periferias, es decir, en misión con el que está a mi lado, al que camina,
trabaja, estudia o vive cerca, con quien te encuentras todos los días al salir
de casa, comenzando con los de casa, los más próximos, que es la familia.
La Iglesia tiene dos grandes patrones de las misiones: san Francisco
Javier y santa Teresa del Niño Jesús, familiarmente santa Teresita.
Voy a poner algún texto de esta Carmelita. Nos va sorprender la talla de
estos dos gigantes de la misión al estar en su centenario de la canonización.
Leer “Historia de un Alma” es impresionante:
“Quisiera iluminar las almas como los profetas y los doctores. Quisiera
recorrer la tierra predicando vuestro Nombre y plantando, Amado mío, en tierra
infiel vuestra gloriosa cruz. Mas no me bastaría una sola misión, pues desearía
anunciar a un tiempo vuestro evangelio a todas las partes del mundo, hasta en
las mas lejanas islas. Quisiera ser misionera, no solo durante algunos años,
sino haberlo sido desde la creación del mundo y continuar siéndolo hasta la
consumación de los siglos.
Mas, ¡ay! Quisiera el martirio. ¡El martirio! Este ha sido el sueño de
mi juventud, sueño que ha crecido conmigo en la celdita del Carmen. Pero esta
es otra de mis locuras; pues no deseo un solo género de suplicio; para
satisfacer mis anhelos, necesitaría padecerlos todos…”
¿Qué os parece? Y sigue contando y acaba: “Sí; hallé mi vocación en la
Iglesia: ¡Mi vocación es el amor!”.
Y si leéis más, cuenta detalles de su vida ordinaria: desde una sonrisa, escuchar, doblar las capas, tratar las cosas no como propias, obedecer, la oración… Os encantará, os arrastrará a imitarla desde vuestro puesto. Alguien me decía de cierta persona: “¡qué alegre es!”, y es que estaba predicando con la sonrisa. ¿Por qué? Porque vivía y hacía misión.