Jesús, nuestro maestro, es el verdadero intérprete de la voluntad de
Dios, él mismo es la Palabra de Dios. Y en su comparación, qué ruines y
cicateros son nuestras medidas de justicia y nuestra ley.
Jesús es el Maestro del Amor de Dios. Sólo desde la perspectiva del amor
se puede entender y empeñarse en cumplir las exigencias de Jesús en la vida
cotidiana. Exigencias que abarcan toda la realidad en su globalidad: acciones,
deseos, palabras.
Nuestras acciones deben ordenarse a dar y a aumentar la vida, por eso no
basta con “no matarás”, sino que es imprescindible querer y perdonar a toda
persona para poder adorar a Dios en espíritu y en verdad.
Nuestros deseos nacen en el corazón, pero se alimentan de la visión y de
las sugestiones del ambiente. En el interior está el amor verdadero, amor de
donación y desinterés, o la búsqueda de la satisfacción, del placer y del
interés propio. Ese es el dilema que exige la purificación del deseo a través
del discernimiento.
Nuestras palabras deben ser transparentes y constructivas. Y serlo de
manera habitual y permanente. Solo entonces las palabras humanas son creíbles,
confiables y conducen directamente al misterio que habita el corazón: Dios que
vive, actúa, desea y habla a través de la experiencia de cada cristiano.
Que la Virgen María, la mejor discípula del Maestro Jesús, nos ayude a caminar por la senda estrecha y gozosa del seguimiento.