“Toda sabiduría viene
del Señor y está con él eternamente”.
Es la primera frase del libro del Eclesiástico y la clave de todo.
Notamos como un anuncio del prólogo de san Juan: “Toda sabiduría proviene
del Señor... En el principio era el Verbo...”
Dios derramó sobre todo ser viviente algo de sí mismo, una participación
de su sabiduría, de su Espíritu. El hombre es creado. Soy su criatura.
¡Debo seguir maravillándome por ello!
El que te creó sin contar contigo no te salvará sin contar contigo. Soy
obra de Dios, pero me da libertad. Soy criatura salvada y redimida llamada a
vivir en consecuencia. Este es mi gozo en medio de las pruebas.
“Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no le deja
hablar. Dije a tus discípulos que lo arrojasen, pero no han podido”.
Aquel, como yo, se acercó en medio de su prueba. Jesús lo tomó de
la mano y lo levantó. Y como un lamento dolorido les dijo: “¡Generación
incrédula! ¿Hasta cuando os tendré́ que soportar?”.
Veo el contraste entre la impotencia de los discípulos y el poder
de Jesús. Se encuentra solo, incomprendido. ¡Incluso sus discípulos no
tienen fe! Pide la gracia de entrar en el alma de Jesús. Recuerda cuantas
veces Él te ha levantado.
Todo le es posible al que cree. El padre gritó: “Creo, pero ayuda
a mi falta de fe”. ¿No has gritado nunca así?
Sí, es fe lo que Jesús pide, lo que te pide. Su gran sufrimiento es que
en su entorno las gentes no creen. Hoy pasa lo mismo.
El poder de la fe es el poder de la oración. Y ese poder también el Señor lo pone en mis manos.