Hoy quisiera presentarme ante el Señor y pedirle que aumente mi fe y mi
confianza en Él, de la misma manera que la tuvo la mujer fenicia. Ella no
desistió ante las dificultades que pudo encontrar al realizar su petición: no
pertenecía al pueblo prometido y en un primer momento pareciera que Jesús
desoyera por ello la súplica que le pedía. Pero fue escuchada porque demostró
virtudes que también quisiera tener:
· Constancia en la
oración: cuántas veces descuido el trato con Dios porque el cansancio, las
ocupaciones, la pereza hacen mella en mi vida y busco otros amorcejos que no
son más que espejismos.
· Humildad: Dios no se resiste
al que tiene un corazón sencillo y se reconoce necesitado de Él; sin embargo,
el orgullo y la soberbia traen como consecuencia que me aleje de su presencia,
cayendo en el vacío y la tristeza.
· Confianza: como un niño ante
los brazos de su padre que sabe que no le puede hacer daño y le concederá
aquello que le pida, a pesar de que, a veces, las circunstancias le hagan creer
que no le oye.
¡Si descubriera qué grande es el poder de la oración…! Por eso, pido a
Dios que me conceda la gracia de adentrarme en su corazón con la misma actitud
de la mujer del evangelio. Y alabarle por todo el bien que ha hecho, por la
creación, por la redención. Porque, como dice el salmo, será dichoso el
que teme al Señor y sigue sus caminos.
Que santa María, madre mía del cielo, me ayude a vivir con alegría esta realidad.