1. Pégate a él y no te separes para que al final seas enaltecido.
(Ec 2,1)
La mejor preparación para vivir con Dios para siempre, el Cielo, es
comenzarlo aquí, desde ya, pegándonos a Él, no separándonos nunca ni por
curiosidad. Soy de Dios, siempre de Dios, solo de Dios, todo de Dios. ¡Totus tuus! Completamente tuyo, Señor,
como Juan Pablo II refería en su lema dedicado a la Madre. Sí, todo tuyo.
2. Confía en el Señor y haz el bien, habitarás tu tierra y reposarás en
ella en fidelidad; sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu
corazón... Apártate del mal y haz el bien, y siempre tendrás una casa. (Salmo
36,3)
Paladea, saborea, haz tuyos estas oraciones tan deliciosas. Confía en el
Señor, haz el bien, aparta el mal, obra el bien y tendrás una casa, un hogar,
dulce hogar, el Cielo.
3. «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el
servidor de todos». Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó.
(Mc 9, 30)
Gracias, Señor, por tu lección, por tu clase magistral. Sí, quiero ser
el primero, como Tú, en todo. Pero enseguida me das la receta: tienes que ser
el último, el servidor, como un niño. Sí, mi Dios, sí mi Todo, miro a la cruz y
comprendo, quisiste subir a la Cima más alta, al amor más supremo y para ello
te abajaste tanto, tanto, que te dejaste colgar del madero, clavándote por mí,
abrazándome así, por amor.
¡Y la Madre piadosa estaba, junto a la cruz, y lloraba, por mí!