‘Aquí estoy’
Petición: Señor, aquí estoy; dame luz para conocer tu voluntad y fuerza para seguirla.
Ideas: Me gustaría que hoy en nuestra oración orásemos con el salmo y lo hiciésemos nuestro. Que pensásemos en nuestra vida concreta y que, desde ella, con las palabras de este salmo, orásemos a Dios. Jesús mismo oró, seguro, con este salmo.
1. Primero. Puedo imaginarme a Jesús, en pie, en medio de la Naturaleza, en una noche estrellada, proclamar en su corazón estas palabras:
Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy.»
Como está escrito en mi libro: «Para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.
Cada palabra, en labios de Jesús, toma un valor nuevo.
¡Con qué ansia no esperaría a estar con su Padre! ¡Qué gritos, qué cánticos, no exclamaría cantando su amor! ¡Cómo entendería que el auténtico cordero sacrificado sería él mismo! Y entonces, en el fondo de su corazón, desde el principio de su misión, se abre del todo al Padre y le dice ‘Aquí estoy’. Sí, para hacer la voluntad de su Padre, que es lo único que mueve su vida. Sin miedo a proclamar su salvación, la salvación de todos los hombres, ante la gran asamblea. Eso mismo le llevó a la muerte.
2. Segundo. Oímos a Jesús rezar este salmo. Y después lo rezamos nosotros. Sí, también podemos ponerlo en nuestros labios.
Yo esperaba con ansia al Señor; Señor, te espero con ansia, de verdad. Sin ti me siento vacío. Como tierra reseca. Cuando me alejo de ti me muero y mi alma se pierde. Él se inclinó y escuchó mi grito; Porque sé que no me dejas solo nunca. Que me escuchas, que no estás lejos. Por eso canto con alegría. Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; Y porque me hablas me abriste el oído para escucharte. Señor, quiero oír lo que me tienes que decir, quiero oír tu palabra. No pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy.» Señor, te lo repito; desde mi pobreza, desde mi pequeñez. Aquí estoy, para lo que quieras. ¿Qué quieres de mí en este momento de mi vida? ¿Qué paso de entrega me pides que dé? ¿Qué tendría que dejar que me separe de ti? Porque, Dios mío, sólo quiero hacer tu voluntad.
Como está escrito en mi libro: «Para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes. No he callado y no callaré. Aunque me tachen de ‘curilla’, aunque se rían de mí. Delante de mis amigos, en mi clase cuando se metan con la Iglesia o contigo, que es lo mismo, en la calle cuando haya que defender a la familia o a la vida. No callaré. Si Tú me das tu fuerza.