A quién no le ha sorprendido el poder de un imán para atraer metales, los más potentes son capaces de levantar los objetos del suelo. Cuando lees el evangelio de hoy te das cuenta que Jesús era como un imán. ¡Cómo atrae Jesús!, es imposible resistirse a su fuerza.
Jesús quiere estar en un lugar apartado con sus discípulos. Necesita prepararles para la misión que el día de mañana tendrán que realizar, quiere hablarles en la intimidad, que se familiaricen con la soledad. Para ello le gusta emplear la naturaleza, en este caso la orilla del lago. Qué serenidad transmite un lago en calma. Pero no cuenta Jesús con su poder imantante. De todos los puntos vienen buscándolo, quieren escucharlo, estar con Él, tocarlo. Tanto que tiene que tener una barca preparada por si le estruja el gentío.
Imaginemos la escena y nos será fácil hacer la oración. Busquemos entre tantos rostros el de Jesús. Escuchemos sus palabras de consuelo a tantos que sufren. Contemplemos sus miradas de amor a aquellos que se sienten abandonados.
Si hoy las personas supieran lo fantástico que es Dios acudirían en masa a donde está Jesús. Ni el cantante con más pegada podría hacer competencia a su figura. Pero la gente no sabe que existe y tampoco dónde buscarlo. Cuidemos nuestra oración para llenarnos de Él y luego ser reflejo suyo donde estemos, un hito en el camino que les ayude a centrar la búsqueda. Una vez que lo encuentras no lo cambias por nada, es más, cambias todo por Él.