PRIMERA LECTURA: El Señor nos ha hecho hijos y también testigos suyos. Nuestra vida está llamada a ser un testimonio personal de la fe en Cristo, pues somos responsables del don de la Gracia que recibimos el día de nuestro Bautismo, el día de nuestra Confirmación, o en su caso, el Sacramento del Orden o del Matrimonio. La Palabra de Dios que anunciamos a los demás debe ser vivida en primer lugar por nosotros mismos; esto nos ha de llevar a reavivar continuamente el don de Dios en nosotros (“por esta razón te recuerdo que reavives el don de Dios”).Esto nos llevará a caminar constantemente hacia nuestra configuración con Cristo, hasta alcanzar en Él la madurez del hombre perfecto. Que el Espíritu Santo nos conceda luz, fuerza y amor para vivir nuestra fe y nuestro compromiso con el Evangelio con un corazón dócil a la voluntad de Dios y demos así testimonio de la Buena Nueva ante el mundo entero, para que se cumpla en nosotros esta palabra del Señor: “a quien me confiese ante los hombres, yo le confesaré ante mi Padre que está en los cielos”.
SALMO: Entonemos al Señor un canto nuevo. Lo antiguo ya queda atrás y todo es nuevo. Dios ha cancelado la deuda que pesaba sobre nosotros. Por eso no podemos continuar como esclavos del pecado. Nuestra vida ya debe ser un testimonio de la Buena Nueva para todos los demás. Ese ha de ser el mejor de nuestros cantos; pues al Señor lo alabamos no sólo con nuestras voces, sino con una conciencia pura. Desde una vida que se ha renovado en Cristo podemos contribuir para que el Señor sea conocido por todos como el Dios lleno de amor, de misericordia y de ternura para con todas sus criaturas. Abramos nuestro corazón a la justificación que Dios nos ofrece; dejémonos guiar por su Espíritu para que, proclamando ante todas las naciones el amor que Él nos tiene, puedan tributarle honor todos los pueblos y le reconozcan como su Dios y Señor.
EVANGELIO: Dios espera que sepamos contemplar su amor y que estemos bien dispuestos a escuchar su Palabra en nuestros corazones, convertidos en un terreno bueno, fértil y disponible para dejar que esa Palabra produzca abundantes frutos de salvación para provecho de todas las personas. Necesitamos una fe creciente. Pidamos al Señor que nos conceda ser partícipes de su mismo Espíritu. Tratemos de estar amorosamente atentos a la inspiración del Espíritu Santo para que, a pesar de las persecuciones y de las pruebas, permanezcamos siempre fieles al Señor escuchando su Palabra y poniéndola en práctica.
La Iglesia de Cristo se construye en torno a la Eucaristía. En ella la Iglesia se convierte en discípula de su Señor en cuanto a la escucha de su Palabra para ponerla en práctica, y en cuanto a la contemplación de la forma de vida que ha de seguir a ejemplo de su Señor, tomando la cruz de cada día y yendo tras sus huellas, pues la Iglesia vive de la comunión de vida con su Señor. Es en la Eucaristía donde el Señor siembra en nosotros su vida y nos fortalece con su Muerte y Resurrección y con la presencia del Espíritu Santo para que, a pesar de las dificultades y persecuciones (pensemos en nuestros hermanos cristianos perseguidos en países islámicos, como Pakistán...donde es casi un carisma propio el de ser mártires de hecho) podamos dar abundantes frutos de buenas obras e iluminen a quienes nos tratan (“brille así vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen al Padre que está en los cielos”...)
ORACIÓN FINAL: Dios todopoderoso, que derramaste el Espíritu Santo sobre los apóstoles, reunidos en oración con María, la Madre de Jesús, concédenos, por intercesión de la Virgen, entregarnos fielmente a tu servicio y proclamar la gloria de tu nombre con testimonio de palabra y de vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.