Puestos en la presencia de Dios, entramos en el ámbito sagrado de la oración. Nos ponemos a la escucha porque sin duda que el Señor nos quiere hablar. Siempre dice algo a nuestra vida. Cada día nos habla al oído, al corazón.
La palabra de Dios que hoy se nos proclama en el Evangelio es de una importancia meridiana para poder vivir nuestra religión de una manera adecuada, confiados en Dios y evitando todo voluntarismo, siempre atenazador y destructor de la vida espiritual y de la misma persona.
El Evangelio nos brinda la curación que hace Jesús del brazo paralitico a un hombre que estaba en la sinagoga, o sea, de un judío.
Como los judíos se fijaban especialmente en los actos externos y en las normas de la ley, les pareció mal que Jesús curase en sábado, cuando, de hecho, ellos admitían rescatar a un animal en dicho día si se había caído al pozo.
Por eso mismo, Jesús les pregunta: “¿qué está permitido en sábado, hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvar la vida a un hombre o dejarlo morir?”
La respuesta nos parece muy sencilla tal como la plantea el Señor. Pero de hecho actuamos de otra forma distinta muchas veces.
Nos falta la libertad de los hijos de Dios y nos aferramos, como los judíos, a la ley sabática en sí misma, que acaba siendo inhumana, porque prioriza constituciones, estatutos, instituciones, normas… como algo absoluto, dejando de estar al servicio del hombre. Se enmohecen y crean incompatibilidad con el Evangelio.
En nuestra oración de hoy le tenemos que pedir a Dios que nos haga ver claramente las cosas porque esta falacia se nos cuela con mucha facilidad y frecuencia. Ha hecho y sigue haciendo mucho daño en la vida espiritual, porque se convierte en un férreo voluntarismo, donde el hombre, bajo capa de bien, trata de adueñarse de Dios y tenerlo a su servicio en vez de servirlo, a base de esfuerzos y acciones que nosotros juzgamos adecuadas y fervorosas, pero el hombre nunca alcanza a Dios por su solo esfuerzo.
Jesús en cambio nos propone una religión en espíritu y en verdad, no basada en mediaciones de tiempo y lugar, sacralizadas por el hombre, tales como el templo, los sacrificios, el sábado… tantas cosas, sino en la iniciativa amorosa de Dios.
Toda la vida del creyente es tiempo de gracia, tiempo de la palabra y tiempo del espíritu.
Pidámosle a nuestra Madre la Virgen que al acabar nuestra oración de hoy, pongamos la confianza no en nosotros mismos, sino en el Señor.