30 enero 2011, domingo de la cuarta semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Realmente, comentar un texto como el del Evangelio de hoy es todo un reto para quien no es teólogo, y un desafío para quien no siendo maestro de oración pretende hacer oración con él. Y lo es, porque el sermón de la montaña es un programa de vida a lo “divino”, es decir incomprensible desde el punto de vista exclusivamente natural. Es un programa de vida basado en una visión sobrenatural de la existencia, en una visión del más allá. Hay algo mejor, Alguien, que está más allá de lo que vemos y que da sentido a este mundo al revés, que plantea el sermón de las bienaventuranzas.

En el texto de San Mateo parece que hay dos tipos de bienaventuranzas. Las de los que tienen una actitud pasiva, de aceptación podríamos decir: los pobres, los que lloran, son perseguidos, tienen hambre y sed, son insultados o calumniados. Y las de los que tienen una actitud activa: Los que son misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz.

Los pobres de espíritu son aquellos que, no creyéndose nada importante, lo esperan todo de Dios. Estos son sus hijos predilectos, pues ante esta actitud de abandono Dios reacciona regalándoles todo. Todo lo que pertenece al Rey les es dado en herencia. Y saben que todo lo que tienen les ha sido regalado sin mérito alguno.

Los que lloran, ¿dichosos los que lloran? Sí, serán dichosos porque serán consolados, pero no por cualquiera, nada menos que por el Divino Consolador. Ser consolado por Dios mismo, “merece la pena” (en el sentido literal de la expresión). Merece la pena haber llorado, haber tenido motivos para llorar si mi llanto atrae la ternura de Dios. Es como el pasaje aquel del evangelio en el que aparece el apóstol Pedro caminando sobre las aguas en pos de Jesús y, ante el oleaje, empieza a hundirse por su poca fe. ¡Bendita falta de fe, si tiene como consecuencia poder ser agarrado por la mano del mismo Jesús!

Los misericordiosos, serán dichosos porque serán tratados del modo que ellos tratan a los demás, es decir con misericordia. Dice la sabiduría popular que uno recoge lo que siembra. Pero además, serán dichosos porque el corazón del misericordioso está libre de odios, rencores y resentimientos. Un autor espiritual dice que somos tan dependientes de las personas que odiamos o aborrecemos, como de las que amamos de forma exagerada. Si no eres capaz de perdonar no eres libre, por eso el primer beneficiario del perdón es uno mismo.

Los limpios de corazón son aquellos que ven el mundo, las personas, las cosas que les rodean, con la misma mirada de Dios. Son dichosos, no sólo porque verán a Dios el día de su muerte, sino por ya ahora son capaces de ver al Creador a través de sus obras. Como los niños, que tienen la mirada limpia y la capacidad de asombrarse y de disfrutar de las cosas pequeñas, por eso son felices.

Que la bienaventurada Virgen María, la pobre de espíritu, esclava del Señor, que llegó a ser la Madre de Dios, nos alcance vivir como Ella las bienaventuranzas.

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