Mc 2, 23 – 28
Al iniciar la oración es bueno pedir luz al Espíritu Santo, ponerme en la presencia de Dios pidiéndole que este encuentro con Él solo sea, como todo este día, ordenado en su servicio y alabanza.
Hoy la Iglesia inicia el octavario de oración por la unidad de los cristianos, por tanto todos nosotros como miembros de esa iglesia nos unimos para suplicar al Señor que no cejemos nunca de pedir para así poder cumplir el deseo del Señor ¡”Padre, que todos sean uno”! Hoy en nuestra oración debemos pedir al Señor con insistencia que cumplamos su deseo para que mundo crea.
En el Antiguo Testamento, una de las normas sagradas era el descanso del sábado, que los cristianos sustituyeron por el descanso del domingo. Es una ley eclesial, pero la Iglesia no impone sanciones si hay algo de mayor importancia que impide observar esta regla. Sin embargo, para los rabinos la ley era la alianza rigurosa con Dios, el sello del pacto con Él. El hombre no puede dejar de observarla.
También nosotros debemos ser fieles a la ley eclesial, pero sin tomarnos las palabras literalmente, fuera de contexto y separadas de Dios mismo. Dios es amor. En primer lugar Dios pone siempre a la persona, no a la ley. Todos los mandamientos sirven para realizar su amor en el mundo y son todos “para el hombre”.
En la concepción bíblica, todo el mundo es para el hombre. Dios ha creado el universo, le ha dado leyes. Pero toda la belleza de la naturaleza es para aquel que debía venir en último lugar, para Adán y para su descendencia.
Cuando Dios habla a los descendientes de Abrahán, cada palabra suya expresa un don. Las Leyes de Dios, naturales o reveladas, no son para dominar a los hombres, sino que son dones y privilegios para su felicidad.
Cristo se atribuye a sí mismo una autoridad superior cuando declara ser señor del sábado. Todo lo creado se ha hecho a través de Él y la Palabra de Dios revela el sentido verdadero de todas las cosas. Quien está unido a Él es liberado de la esclavitud de los elementos (Gal 4,3).
Al terminar nuestra oración dar gracias a Dios por todos los dones que nos ha concedido: por el don de Jesús nacido por mí, el don de una Madre, el don de la fe, de los dones personales que solo Él y yo sabemos.