¡Cristo ha resucitado! Esta verdad, clavada como una antorcha de luz en medio de la oscuridad de nuestro mundo, es de tal calibre que necesitamos tiempo para ir asimilándola. Somos así de limitados: los grandes acontecimientos, esos que nos superan, solo van calando en nosotros a base de tiempo, de darles vueltas, de dejarles que se impongan por la contundencia de los hechos. Por ello la Iglesia prolonga la fiesta de Pascua durante cincuenta días. Hoy la liturgia nos presenta el pasaje precioso y único de la aparición de Jesús a María Magdalena. Pongámonos en su lugar. Seguro que nos sentiremos identificados con ella en muchos aspectos. Pidamos el don del Espíritu Santo –como señala la primera lectura- y contemplemos la escena sin corazas, dejando que la Luz que trae Cristo resucitado inunde todos los rincones de nuestro ser.
1. “Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando”. Esa es la situación de los discípulos después de contemplar la Pasión y Muerte de Jesús. Y sin duda también es la nuestra tantas veces...: estamos fuera, incapaces de penetrar en el misterio del Señor, junto al sepulcro, incapaces de verle vivo y justo a nuestro lado, y por ello, llorando, postrados en la tristeza, en la nostalgia de su presencia, que un día –ya pasado- disfrutamos. Quizás nos seguimos acercando a lugares, situaciones... donde un día encontramos a Jesús, pero donde quizá ya no está... No es el lugar, es el Señor vivo a quien debemos seguir buscando.
2. “¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Esta pregunta que hace Jesús a la Magdalena –sin que ella supiera que era Jesús- es la clave de nuestra existencia. ¿A quién buscamos? ¿Detrás de quién o de qué nos movemos? ¿Quién o qué es el motivo de nuestras lágrimas? La respuesta de María denota que ella está en su mundo, sumida en el dolor. Es un ejemplo de nuestras incoherencias: ¿Con quién habla? ¿Es consciente de lo que dice? ¿Habla para que la entiendan? Quiero responderte, Señor... Ayúdame.
3. “¡María!” El amor de Jesús no es anónimo ni genérico. Nos ama a cada uno, y nos llama por nuestro nombre. Pongámonos en el lugar de María, y oigamos cada uno pronunciar a Jesús nuestro nombre. ¿Con qué acento nos lo dice? Solo una palabra, y María quedó no solo conmovida, sino profundamente transformada. ¿Y nosotros?
4. “¡Maestro!”. Así respondió María, sin tiempo a pensar y a reaccionar... ¿Cómo respondemos a Jesús al escuchar nuestro nombre? ¿Con qué nombre nos dirigiremos a Él? ¿Cómo llamamos a Jesús en lo más profundo de nuestro ser?
5. “Suéltame...” Señor, Tú dijiste esta palabra a María porque todavía no habías subido al Padre... Pero ahora ya has subido... ¿Debo soltarte también? Me tienes tú agarrado por tu abrazo, ¿y yo he de soltarte...? ¿O quieres que mi abrazo sea tal que te deje libre, para que hagas y deshagas conmigo como quieras, para que me lleves donde sea tu voluntad?
6. “¡He visto al Señor!”. María es el modelo de nueva evangelizadora. Lleva la única noticia importante: ¡El Señor está vivo! Y la cuenta como testigo creíble: ¡Yo le he visto! Que el Espíritu Santo nos abra la mirada para contemplar a Jesús vivo en todo, en todos y siempre y para que llevemos esta buena noticia a todos los que nos rodean.
Oración final. Santa María, madre nuestra, alcánzanos el gozo de la Pascua: fe creciente, esperanza cierta, alegría desbordante, paz imperturbable, amor ardiente. Ábreme los oídos para que escuche a Jesús pronunciar mi nombre, ábreme los ojos para que le reconozca vivo en todo, en todos y siempre, y ábreme el corazón para que le ame con toda mi alma, con toda mi mente y con todas mis fuerzas.