MIRADAS DESDE LA CRUZ A DISTINTOS PECADORES
Imaginemos a Jesús en la cruz. Aun no ha muerto. Tiene el cuerpo desfallecido, colgando de los clavos de las manos y la cabeza caída. Cada vez que va a respirar, se levanta apoyado en los pies, endereza la cabeza, golpea con la corona de espinas contra el madero y se le clava, toma aire y cae de nuevo. En cuanto Dios, tiene presente todo y podemos ir viendo a distintos pecadores desde sus ojos.
En primer lugar al del evangelio de hoy: a Judas. Le ve retorcido por dentro. Mentiroso que a todos pone buena cara pero se va a ver cuánto le dan por entregarle. Le ofrecen 30 monedas, pero seguramente se habría conformado con menos. Está en la cena con buena cara, como los demás. Pero por dentro sufre terriblemente y Jesús le ve y sufre con el amigo. Moja pan en la misma bandeja. Disimula: - ¿soy yo acaso, Maestro? - se ve descubierto, pero sigue. Seguro que el demonio le hace pensar que eso no importa, es una casualidad pero no se dan cuenta. Además... Pero él está retorcido, llamado bien a mal y mal al bien. Y lo sabe. Llega lo del beso del huerto de los olivos. Y ahora, cuando consuma su felonía, el diablo actúa al revés. Le deprime y le aumenta los remordimientos. Le hunde en la miseria humana y religiosamente. Tiene ganas de suicidarse, como si con eso arreglase algo.
Jesús, como Dios, ve todo desde la cruz ¿y qué piensa?: ¡Desgraciado! ¡Traidor! ¡Te lo tienes merecido! ¡Al infierno de cabeza! Seguro que sufre más todavía que cuando le entregaba. Sufre menos por sus clavos que por el dolor de su AMIGO Judas. De su corazón salen ansias de sufrir más para alcanzarle la gracia del arrepentimiento. Ya se siente defraudado, pero si no se arrepintiese, se sentiría más defraudado todavía. ¿Para qué tanta cruz y tanto amor si no consigue recuperar a su discípulo? ¡JUDAS. ARREPIÉNTE Y LLORA Y ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAISO!
Y piensa: ¿puedo hacer algo más por él?
Pero no puede romper las reglas del juego de la libertad humana dadas por Él mismo, y le respeta. LE RESPETA. Palabra tremenda, base de toda tolerancia.
El dolor de Judas aumenta el de Jesús.
Pidamos a Jesús: Inúndanos de tanto amor que no podamos pecar y si algún día se me pone alma de traidor y peco, que no sea sordo a tu amor y me abrace a tus pies.
Como seguramente ya habrás pecado alguna vez y quizás te vuelva a pasar, ponte debajo de sus brazos para que te caigan los goterones de su sangre y te vayan lavando. Ahora que eres libre, que te laven y si alguna vez peco…
¿Judas se sentiría amigo de María? Señora: que nunca te deje de rezar las tres avemarías antes de acostarme y si algún día soy malo… esa noche es cuando más lo necesito, aunque se me retuerza el corazón.
Hoy tocaba hablar de Judas, pero puedes plantearte el paralelo de Pedro. Ese peca sin premeditación. Pero peca. Y Jesús, que le ve, ¿Qué piensa? Justamente en la cruz le está ganando las gracias para que sea capaz de arrepentirse y de nuevo desea sufrir lo máximo posible, por la recuperación de Pedro. ¿Qué papel jugaste tú, María, en este arrepentimiento? ¿Qué papel juegan las lágrimas?
Puedes pensar en los sumos sacerdotes y los fariseos, que los tiene delante de sus narices. –Si eres el hijo de Dios, baja de la cruz y te creeremos- Con su soberbia y su obstinación de mente se cierran a la gracia. Efectivamente bajó de la cruz cuando resucitó y siguieron sin creerle. Mírales con los ojos de Jesús. Siente con su corazón. ¿Qué dice su mente, su divinidad y todo su cuerpo?
¿Tú tienes algún enemigo? ¿Qué piensas de él? ¿Serías capaz de perdonarle, de hacerle grandes favores, de amarle, de dar tu vida por él?
Pídele algo a Jesús. Dale gracias. Lávate con su sangre. Confiésate.
Habla con María.
Coloquio con el Padre, autor de esta maravilla de amor.