Al comenzar hoy nuestro rato de oración con el Señor vamos a pedirle aceptar el gran misterio que llevamos celebrando ya casi una semana. Hagámoslo, como seguramente lo venimos haciendo estos días, con palabras del padre Tomás Morales:
“Luz de Cristo resucitando, disipa nuestras tinieblas de mente y corazón”
Los textos bíblicos que hemos leído esta semana resaltan la fe como el elemento fundamental que nos introduce en el misterio de la resurrección. Avivemos pues, nuestra fe en la Resurrección de Cristo. Que continuamente le pidamos que ilumine, no solo nuestra mente, sino también el corazón.
En el evangelio de hoy san Marcos hace referencia, de manera sintética, a tres momentos claves en los cuales Jesús resucitado se ha hecho presente en medio de la comunidad de discípulos:
La aparición a María Magdalena, que fue a anunciárselo a sus compañeros y no la creyeron.
La aparición a los dos de Emaús, que también fueron a anunciarlo a los demás y no los creyeron.
La aparición a los Once, en que les echa en cara su incredulidad y su dureza de corazón.
En los tres relatos se dan actitudes de clara falta de fe en los discípulos, sumergidos en el dolor, el abatimiento, la frustración y la rabia. Tienen nublada la mente y también el corazón.
Jesús reprende tales actitudes, invita a sus discípulos a creer, y les proporciona la única manera de comprender e integrarse en el gran misterio de la Resurrección: aceptarlo y anunciarlo.
¿Queremos entender ese misterio, la clave de nuestra fe? Aceptemos con humildad y alegría el testimonio de los primeros discípulos, que muy a su pesar lo aceptan y acogen. Se decían: no es posible. Pero Cristo les ilumina y les hace entender lo que ya antes muchas veces les había dicho: que para Dios nada es imposible.
¿Queremos vivir en plenitud la experiencia de Cristo resucitado, vivo, presente y actuando en nuestra vida? Acojamos y pongamos en práctica su mandato inequívoco: “Id al mundo entero y anunciad el Evangelio a toda la creación”
Y un último matiz a meditar: “anunciar… a toda la creación”: no sólo a los hombres y mujeres de todos los tiempos, sino a toda la creación. Lo interpreto como una llamada a construir un mundo mejor, a “pringarnos” como laicos en las tareas que compartimos con los que viven a nuestro lado, haciendo del cultivo de lo humano una tarea evangelizadora.
Nos podemos preguntar si nuestra fe realmente nos impulsa a construir un mundo más humano y, más divino, sin miedos ni cobardías, empezando por cultivar una confianza inmensa. No hay que dejar de pedirla en ningún momento, ya que sigue siendo Dios el que actúa. Sigue siendo totalmente cierto que sin Él no podemos hacer nada.
Madre, métenos en tu corazón, enséñanos a creer con tu misma fe, haz de nuevo en nosotros el milagro de confiar hasta la audacia en Cristo Resucitado.