Seguimos gozando del tiempo pascual como algo que envuelve toda la vida y abre horizontes despejados en todos los campos de nuestra existencia.
Hacer oración en este tiempo de Pascua es sencillamente dejarse invadir por la alegría de Cristo Resucitado.
Acompañados de María y de los discípulos nos ponemos a la escucha de Cristo, luz y fuerza para el creyente.
Nos hace regalos continuos con sus apariciones, de los cuales podemos destacar algunos:
- Nos regala la paz. Es su saludo constante
- Nos comunica el Espíritu Santo
- Nos envía a predicar el Evangelio a todo el mundo, siendo testigos de su Resurrección.
- También nos hace testigos de la persecución
La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos muestran cómo querían acabar con ellos, así lo decidieron el Sanedrín y los sacerdotes.
Les prohíben formalmente enseñar en nombre de Jesús. Algo que se repite hasta nuestros días más recientes. Pero ellos tienen claro que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
De ahí que la Resurrección llena de fortaleza el alma del cristiano para no venirse abajo por las contrariedades de la vida, sean personales, ambientales o de parte de las autoridades, o tal vez por grupos de presión.
San Pablo le dice a su discípulo Timoteo: “Todo el que se proponga vivir cristianamente será perseguido”. Porque sus criterios y conducta desentonarán necesariamente de los del mundo, sumido en el mal, el egoísmo y el pecado.
Aunque el mundo nos siente en el banquillo, sabemos que la victoria definitiva está con quienes siguen a Cristo por la Cruz a la Resurrección.
Que nuestra oración de esta mañana, o de este día, nos llene de la fortaleza que nos da Jesús al dejarnos su Espíritu, y así podamos ser de verdad testigos, en lo cotidiano y en lo extraordinario, si fuere el caso.
Con María vivimos esta alegría y fortaleza pascual. Mirándola aprendemos a estar en cada momento y en cada situación.