30 abril 2012. Lunes de la cuarta semana de Pascua – Puntos de oración

En este día de Pascua, después de la celebración de la fiesta del Buen Pastor y a las puertas del mes de Mayo, la Palabra de Dios nos habla hoy de la verdadera felicidad. A través de una comparación que, por cierto, los apóstoles tampoco entendieron.

En esta era que vivimos, la sociedad y el mundo que nos rodea no dejan de ofrecernos la felicidad como algo al alcance de la mano: “Con la compra de tal crema poseeremos una apariencia tan deslumbrante que seremos la admiración y envidia de todos y así seremos felices. Aprovechando tal oferta, de determinada agencia de viajes, podremos hacer un viaje mi familia y yo que nos hará pasar las vacaciones más felices de nuestra vida. Gracias a una nueva dieta de adelgazamiento conseguiremos alcanzar ese cuerpo que siempre hemos deseado y que nos hará sentir más seguros, atractivos y felices. Acudiendo a determinada clínica sexológica conseguiremos una increíble actividad sexual que nos alcanzará una vida plena y feliz…”

Realmente no es nada nuevo esto de ofrecer la felicidad por un módico precio. Lo que sí es nuevo es la manera de planteárnosla. Se nos bombardea desde el mundo de la publicidad con unos estándares de belleza, eficacia, libertad, independencia, poder, dinero, etc., necesarios para alcanzar la felicidad. Es necesario alcanzar éstos, a veces, ¡incluso por encima de la propia persona!. El resultado lo vemos en la actual crisis en la que nos vemos envueltos, que no es sólo económica. (Quizás la crisis económica no es más que una de las consecuencias de la crisis de valores y de ideales que llevamos arrastrando desde hace tiempo en nuestro mundo occidental).

Y Jesús en el Evangelio de hoy nos advierte que serán muchos los que bajo apariencia de bien llamarán a nuestra puerta y a nuestro corazón para, aprovechándose de la sed de felicidad que late en el corazón humano, robar y hacer estrago. El ladrón, nos dice el Señor no entra si no para robar. Mientras que Él, el buen pastor, ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.

Sólo Dios da la verdadera felicidad, por eso, dice Benedicto XVI que todas las alegrías, si son auténticas, tienen su origen en Dios. “La aspiración a la alegría está grabada en lo más íntimo del ser humano. Más allá de las satisfacciones inmediatas y pasajeras, nuestro corazón busca la alegría profunda y perdurable, que pueda dar sabor a la existencia (…) Dios quiere hacernos partícipes de su alegría, divina y eterna, haciendo que descubramos que el valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados, acogidos y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la humana, sino con una acogida incondicional como lo es la divina” (Mensaje para la XXVII Jornada Mundial de la Juventud 2012).

Que no nos dejemos engañar con sucedáneos.

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